sábado, abril 27, 2024
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UN VIAJE EN EL VIENTRE MATERNO 

Los expertos en viajes místicos sostienen que para alcanzar la fe auténtica es necesario poseer una visión comprehensiva. Solo a través de esta perspectiva, la esencia de la unidad que yace en lo más profundo de nosotros resonará en nuestra conciencia, y percibiremos en cada cosa y en cada semblante señales constantes que apuntan hacia Dios. Cuando uno alcanza el horizonte de “Nada es más manifiesto que Dios, la Verdad/ Solo permanece oculto para quienes carecen de visión”, vuela sobre las vivaces flores del jardín del universo con el entusiasmo de preguntarse: “¿No hay más?” y formará los panales del Conocimiento Divino.

Es difícil alcanzar este nivel de comprensión para aquellos que exploran los vastos jardines de la existencia sin adquirir una visión comprehensiva. Por ejemplo, al observar una multitud de flores, la vista se distrae, y los significados recopilados de alguna manera no se transforman en un conocimiento divino que resuene en nuestro corazón. Por lo tanto, es esencial que primero dirijamos nuestra vista hacia lo humano, que es un modelo infinitesimal del universo, y después de leer este punto de referencia, se debe obtener una visión telescópica para leer el Libro del Universo. “Pues la lectura precisa de las dimensiones exteriores depende de una lectura correcta de las dimensiones interiores” [1].

Buscando la miel más dulce

En este viaje, la mente, al igual que otros órganos, se convierte en súbdita del corazón y sigue su guía. Para dar testimonio de este viaje, los habitantes de los reinos terrenal y celestial convergen en la conciencia humana, que tiene la capacidad de abarcar todo. Al hacerlo, se resuena en nosotros el testimonio primordial que dimos antes de nacer en este mundo.

El corazón se acerca a la mente, limpiándose del polvo de las preocupaciones mundanas y dotándola de alas de luz y esmeralda para elevarse a los cielos. La mente, como una abeja que abandona su colmena en busca de polen, busca el néctar más dulce y se lanza en su búsqueda. A través de los ojos de su amigo, el corazón, la mente observa al ser humano, un modelo infinitesimal del universo.

El viaje comienza desde el vientre materno.

El entusiasmo y el don de la vida

Al abrir los ojos con curiosidad y dirigir la mirada hacia su propio cuerpo, la mente se da cuenta por primera vez de un orden completo y perfecto, así como de un equilibrio delicado y completo [2]. Con el propósito de vislumbrar al Gobernador que ha creado este asombroso orden y equilibrio, la mente emprende su viaje desde el punto en que los signos del Nombre Divino “El Último” (Quien eternamente existe mientras que el resto de las criaturas son efímeras) se transforman en manifestaciones del Nombre Divino “El Primero” (a Quien nadie precede). En ese instante, el espermatozoide y el óvulo, al convertirse en núcleos, trascienden su propia individualidad y se unen para dar origen a un nuevo ser, aniquilándose mutuamente en el proceso. Para este encuentro, el espermatozoide recorre distancias desafiantes con gran entusiasmo, mientras que el óvulo, a pesar de su aparente inmovilidad, atrae al espermatozoide hacia sí mediante diversos mecanismos. El entusiasmo, que se manifiesta como una actividad palpable en el espermatozoide, se manifiesta en el óvulo como una paciencia activa. Ambos encuentran un inmenso placer en obedecer la ley de la creación y en someterse al Mandato Divino, incluso sacrificando sus propias identidades para convertirse en una sola célula bendecida con el don de la vida. Así, el entusiasmo se convierte en el vehículo que transporta el don llamado vida. El cuerpo humano, que se convertirá en el portador del don llamado alma, se desarrolla a partir de esta única célula llamada “cigoto”. 

El orden 

La mente observa los primeros pasos en la creación de un orden maravilloso en esta nueva célula, que ha sido agraciada con las manifestaciones del Nombre Divino “al-Batin” (El Interno, Quien abarca la existencia entera dentro de Su Conocimiento, y no existe nada que sea más penetrante que Él) debido a su potencial inherente. De 12 a 24 horas después de la creación del cigoto, comienzan las divisiones mitóticas por el mandato divino, y con cada división, una célula se convierte en dos. La rapidez de estas divisiones y el endurecimiento de la cubierta que rodea al cigoto evitan que se formen nuevas células. Por lo tanto, aunque el número de células llega a 32 a las 96 horas después de la fecundación, el tamaño de este grupo de células sigue siendo el mismo que el del cigoto. En este punto, aunque las células continúan dividiéndose y multiplicándose, también comienzan a diferenciarse. 

Mientras que las células en la parte externa asumen la tarea crucial de adherir el embrión al útero materno, las células en la parte interna se agrupan en un lado. Esta masa de células que eventualmente dará lugar al embrión se llama “embrioblasto”. Hacia el sexto día, la membrana que rodea a las células se adelgaza y desaparece, y el embrión, cuya primera diferenciación se ha completado, se adhiere a la pared uterina. Al igual que las semillas que germinan bajo la tierra, el embrión se afianza en la pared uterina en los próximos días, donde se desarrollará y se transformará en una manifestación del Nombre Divino “Az-Zahir”, el Externo (Quien abarca la existencia entera desde el exterior, y no hay quien Lo abarque) [3]. 

En estos primeros pasos hacia el orden, la mente, que observa el Mandato Divino que determina la posición y función de cada célula, también es testigo del progreso de las células del embrioblasto hacia su propia perfección. Cada una de estas células, denominada “célula madre pluripotente”, tiene el potencial de convertirse en todos los tipos celulares presentes en un cuerpo humano completamente desarrollado. 

En la segunda semana después de la fecundación, se forma una tercera capa a partir de las células del embrioblasto que se dividen en dos capas. Estas capas, llamadas ectodermo, mesodermo y endodermo, que emergen en esta etapa, conocida como “gastrulación”, son diferentes entre sí tanto interna como externamente. El ectodermo, en la parte superior de estas capas, es el precursor de las células que eventualmente formarán la piel, las uñas, el cabello, los dientes, el cerebro y el sistema nervioso. El mesodermo, en la capa intermedia, forma los músculos, los órganos sexuales, los huesos y cartílagos, el corazón, los vasos sanguíneos y el tejido conjuntivo. Por último, el endodermo, en la capa inferior, da origen al páncreas, el hígado, los intestinos, el estómago y los pulmones.

Estas células, una vez una sola entidad antes de su transformación en diferentes tipos celulares, se convierten en espejos de diversos nombres divinos, según los órganos en los que se ubicarán para llevar a cabo sus funciones, “como billones de espejos que siempre reflejan el mismo significado y concepto con atributos como unidad, armonía, concordia, cooperación y solidaridad, entre ellos y con diferentes voces, melodías y caracteres” [4].

La búsqueda del camino recto y el flujo regular

Construidos con un orden y una forma impresionantes, acordes a sus funciones, estos órganos dependen de medidas precisas para funcionar como un todo. La vida continúa gracias a la preservación de este equilibrio en la esfera de las causas y termina cuando se altera irremediablemente. Numerosos factores, como la temperatura corporal, el equilibrio del pH y la presión sanguínea, se mantienen constantes dentro de un rango de valores establecidos, a pesar de las influencias internas y externas. El exceso o la deficiencia en el sistema puede dar lugar a diversas enfermedades. Esta búsqueda del “camino recto” en el cuerpo humano se llama “homeostasis”. En este punto, la mente presta una atención aún más detallada para comprender el orden en el cuerpo, ya que Said Nursi sostenía que el orden es otra lengua que habla en nombre de la Unidad Divina. En esta observación meticulosa, la mente se da cuenta de que el cuerpo y su entorno están en constante cambio y, sin embargo, el delicado equilibrio se mantiene y se renueva regularmente [5], como un reloj en perfecta armonía [6]. El hecho de que las células, aparentemente impotentes e inconscientes, junto con los tejidos y órganos que se forman a partir de ellas, realicen tareas masivas como si fueran conscientes y actúen como soldados que conocen el orden general del cuerpo, testifica la Unidad del Creador Majestuoso [7]. La voz poderosa que proclama “Él es Dios, no hay más deidad que Él” resuena desde billones de células, dando testimonio de Su Unidad y permitiendo que la mente escuche esta verdad sin depender de los oídos de su compañero, el corazón.

Saborear la dulce miel del amor

Al final de este viaje, la mente regresa al corazón, habiendo viajado a través de los Nombres Divinos y siendo testigo del orden, la armonía y el equilibrio que rigen el cuerpo humano. Ahora, siente la Unidad Divina en lo más profundo de su conciencia, saboreando la dulce miel del amor que se forma en los panales del corazón. El corazón invita a sus súbditos a un encuentro con lo Divino, como “niños felices y llenos de la satisfacción de haber alcanzado su objetivo”, pero con serenidad y compostura [8]. Los individuos se reúnen en la conciencia y disfrutan de la miel más dulce. Cuando los labios prueban el néctar del reencuentro, las conversaciones solo mencionan al Uno. A medida que la Unidad Divina es comprendida por la mente, el Amor se experimenta en el corazón. A veces, los “coperos de la palabra” del corazón ofrecen este néctar a otros corazones. Los corazones que prueban la miel más dulce, aunque sea una vez, siempre resuenan con las mismas melodías:

“Contempla el estado de este siervo,

Cuán apegado ha estado a un mechón de Tu cabello.

Sigo degustando la dulce miel de tu amor,

Estoy sediento; ¡dame un sorbo de agua!”

(Gadai)

Referencias

1. M. Fethullah Gülen, Sohbet-i Cânan (Kırık Testi-2), İstanbul: Nil Yayınları, 2011, págs. 165.

2. Bediüzzaman Said Nursî, Mektubat, İstanbul: Şahdamar Yayınları, 2010, págs. 261–262.

3. www.khanacademy.org/test-prep/mcat/cells/embryology/a/human-embryogenesis

4. M. Fethullah Gülen, Kalbin Zümrüt Tepeleri, İstanbul: Nil Yayınları, 2008, págs. 565–566.

5. Bediüzzaman Said Nursî, Mektubat, İstanbul: Şahdamar Yayınları, 2010, págs. 262.

6. M. Fethullah Gülen, Kırık Mızrap, İstanbul: Nil Yayınları, 2006, págs. 31.

7. Bediüzzaman Said Nursî, Sözler, İstanbul: Şahdamar Yayınları, 2010, págs. 602.

8. Fethullah Gülen, Kalbin Zümrüt Tepeleri, İstanbul: Nil Yayınları, 2008, págs. 194. 

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