lunes, marzo 17, 2025
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Una súplica al Único que hace lo que Su Voluntad dicta

¡Oh, Señor! No estás obligado a aceptar nuestras súplicas; sin embargo, nosotros las necesitamos más de lo que realmente comprendemos. Te ruego que aceptes nuestras súplicas y plegarias y que hagas llegar a nuestros corazones la certeza de su aceptación. Nuestros corazones tiemblan de hambre y soledad; sacia nuestras almas con fe y serenidad. No podemos decir que hayamos recorrido un largo camino, pero llevamos muchos años transitando este sendero sin cesar. Nuestro horizonte está cubierto por la tristeza y la desesperanza. Los obstáculos que tenemos delante parecen rebasar los límites de la resistencia humana. Los creyentes viven en la confusión, la aflicción y la angustia; la fe ha quedado prisionera de una visión estrecha y folklórica; la adoración y la obediencia a Dios se han convertido en meros rituales culturales; los sentimientos y pensamientos se han reducido a ilusiones; las personas luchan sin sentido, movidas por el interés propio o el fanatismo. Muchos mueren en esta senda sin un propósito real, mientras que sus asesinos consideran su crimen como una auténtica lucha.

¡Oh, Señor! Tómanos de la mano y vuélvete hacia nosotros con misericordia, así como miras con compasión a quienes son cercanos a Ti. Ilumina nuestros corazones con Tu presencia y sálvanos de la oscuridad y la prisión de estar lejos de Ti; concédenos la salvación y no nos abandones, pues somos Tus siervos leales, con nuestras frentes postradas en Tu puerta. Te pedimos que ilumines nuestros corazones, fortalezcas nuestra voluntad, guíes nuestros pensamientos y purifiques nuestras intenciones. Reconstruye nuestro mundo interior y haz que nuestras almas comprendan el misterio de ser humanos, creados con la más perfecta de las formas.1 “¡Oh Señor, oh Señor! ¿Qué podrías perder, oh Señor?”. Así lo expresó M. Lütfi. La compasión es uno de Tus atributos, el favor es Tu forma de actuar y el perdón es Tu gloria. Somos Tus siervos, completamente dependientes de Tu misericordia, Tu gracia y Tu perdón.

“Concédenos Tu benevolencia, oh, Señor,

No prives de Tu favor a estos siervos desdichados.

¿Acaso el Dador de todo bien podría negarlo a estos siervos necesitados?” (M. Lütfi).

La inmensidad de Tu puerta de misericordia nos ahorra la necesidad de buscar otro refugio. Entramos en ella con toda nuestra humildad, modulamos nuestra voz con respeto y reverencia, y Te pedimos que nos concedas fortaleza y determinación en la adoración y la obediencia, una voluntad firme que no flaquee ante las tentaciones del pecado, y claridad y discernimiento ante las pruebas y tribulaciones. Concede lo que Te pedimos y no nos dejes a merced de nuestra propia incapacidad y desesperanza.

Pertenecemos a Ti; con el cuerpo que nos has dado, Te alabamos y glorificamos. Te servimos porque es el deber de quienes llevamos sobre nuestros cuellos el yugo de la debilidad y la necesidad. No obstante, nuestros esfuerzos son humildes, tan inconsistentes como somos nosotros, y están lejos de ser dignos de Tu gloria. ¿Cómo podría compararse Tu magnificencia con nuestra servidumbre? ¿Cómo podríamos equiparar Tu generosidad y benevolencia con nuestra indigencia y desesperación?

¡Oh, Señor! No nos dejes abandonados a las trampas de nuestros propios pensamientos y percepciones en el arduo y largo viaje de la vida que nos espera. Protégenos de los desvíos y tropiezos de nuestra mente, del yugo opresivo de nuestro ego y de las flechas mortales de los caprichos y deseos de nuestro corazón. Guárdanos de la arrogancia del conocimiento, de la hipocresía y de la distracción en la adoración, y de la rutina que adormece nuestra agilidad espiritual. Qué estado tan lamentable es el de quien parece estar en Tu senda, pero en realidad se aleja de Ti; de quien, estando tan cerca, experimenta la separación; de quien habla constantemente de complacerte, pero en realidad persigue Tu ira. Sálvanos de consumir nuestras vidas en estos valles de destrucción, que erróneamente creemos beneficiosos.

¡Oh, nuestro Señor! Eres Quien nos protege, quien nos levanta cuando caemos, quien purifica con frecuencia nuestros corazones mancillados y quien nos acepta entre aquellos a quienes concedes Tu favor. Para Ti, hacer esto no supone la menor imperfección; sin embargo, para nosotros, significa todo. No podemos negar que el pecado es pecado, que merece corrección y que nos ata con sus cadenas. Y sí, hay muchos que podrían merecer castigo, pero no encontramos a nadie que perdone como Tú, ¡oh Señor! Tu misericordia supera Tu ira. Te imploramos que no nos sometas al tormento ni al sufrimiento abandonándonos a la incertidumbre. Si alguna vez nos alejamos de Ti, intentando escapar de lo inevitable, si cometimos pecados y crímenes imperdonables, si nuestra moral cambió, si caímos en la arrogancia, si nos rebelamos contra Ti, si nos dejamos llevar por nuestros caprichos y deseos y nos ensuciamos con ellos, ahora estamos aquí, postrados ante Ti, con desesperación. Pero ahora somos plenamente conscientes de nuestra indigencia y de lo que realmente necesitamos. Con el yugo de Tu soberanía sobre nuestros cuellos, las cadenas de la desesperación en nuestros pies y nuestras manos sobre nuestros pechos, confesamos nuestras faltas. Como Tus siervos, Te suplicamos con el alma en vilo y aguardamos, con la esperanza de ser tratados con Tu grandeza y misericordia.

¡Oh Señor, perdónanos! Nacimos en un mundo y vivimos en un entorno donde estamos rodeados de trampas por todas partes. Allí donde vayamos, el ego, Satanás y sus secuaces nos acechan, siempre al acecho, listos para atraparnos en sus redes. En nuestro caminar, chispas de discordia y nubes de oscuridad se infiltran en nuestros corazones. Nuestra necesidad de Tu misericordia se hace evidente en cada acción que emprendemos. Solo Tú puedes guiarnos con seguridad y restaurar nuestro mundo espiritual, que ha sido devastado tantas veces. Solo a Ti abrimos nuestros corazones, solo ante Ti revelamos nuestras faltas y debilidades, y solo en Ti buscamos la guía que nos ayude a recuperar nuestra humanidad.

Una vez más, con renovada determinación y esperanza, nos volvemos a Ti. Con la cabeza inclinada en postración, aguardamos con ansiedad la realización de tantas expectativas que albergamos. Te imploro que no nos dejes sin respuesta en nuestras súplicas y esperanzas. Derrama sobre nosotros una abundancia de Tu amor y misericordia, colmando nuestros corazones de inspiración. Con nuestras frentes postradas ante Tu sagrada puerta de misericordia, que nuestros corazones se aceleren con la emoción de sentir Tu presencia, que latan con el anhelo de encontrarnos con el Amado, y que nuestros clamores hagan temblar los cielos.

A partir de este momento, nos comprometemos a recordarte en todo momento. Atribuiremos todo a Ti, apreciando y disfrutando los dones que nos concedes. Que nuestras vidas estén impregnadas de la visión de la Unión Divina, y que nuestros corazones continúen palpitando con el anhelo de Ti. Que nos pongamos en pie y nos inclinemos solo por Ti, reconociendo Tu presencia en todo lo que vemos. Que nos esforcemos por recorrer los caminos que nos llevan hasta Ti a través de cada criatura y cada objeto de esta tierra.

Hasta ahora, hemos vagado sin cesar tras ilusiones sin sentido. Vivir sin Ti se ha vuelto agotador. En verdad, cuando las reflexiones están desprovistas de Ti, hasta los caminos más anchos parecen angostos e infranqueables; incluso las avenidas más amplias y majestuosas se convierten en senderos áridos y sin atractivo…

¡Oh Señor, no permitas que soportemos jamás una separación como esta de nuevo! ¡No nos dejes nunca sin la luz de Tu guía! Aunque caminamos por Tu senda de verdad, nos falta el sustento espiritual. El capital de vida que nos diste ha sido desperdiciado en falsas ilusiones y sueños vacíos. Aquí estamos ante Ti, con las manos vacías, los corazones desolados y el libro de nuestras buenas acciones completamente en blanco. Y, sin embargo, tenemos una pócima mágica para llenar este vacío: nuestra firme confianza en Ti, ¡oh Señor! Nuestros pecados se alzan ante nosotros como montañas, pero nuestras esperanzas superan toda imaginación.

En el viaje de la vida, muchos enemigos similares a los faraones, los Nimrods y los incontables acérrimos enemigos de la Verdad Absoluta nos acechan en la sombra; ¡que lo hagan, pues mientras Tú estés con nosotros, vencerás a cada uno de ellos! No tenemos miedo, aunque nuestra debilidad sea evidente, nuestra indigencia clara y nuestras necesidades infinitas. Ya nos has dado tanto sin que lo pidiéramos, que creemos con sinceridad que escucharás nuestras súplicas y concederás lo que necesitamos.

Aquellos que Te conocen reconocen que siempre has concedido las súplicas de quienes Te han pedido, por supuesto, dentro de los límites de Tu sabiduría, y que nunca has defraudado a quienes han sido devotos a Ti. A quienes han dado un solo paso en Tu dirección, Tú les has respondido acercándote diez pasos más. Incluso has purificado a aquellos que han tropezado y se han desviado del camino que conduce a Ti, y los has recompensado como si hubieran sido siempre Tus siervos más fieles. Nunca un alma ha sido Tu huésped sin recibir un banquete generoso. Nunca alguien ha llamado a Tu puerta sin recibir respuesta.

Hemos recorrido un largo camino hasta llegar aquí, en un estado de indigencia y dificultad. Buscamos ayuda en muchas puertas, pero al final llegamos y plantamos nuestra tienda en el vasto terreno de Tu misericordia. Nos concediste un cuerpo, una vida, conciencia y entendimiento en un mundo donde no conocíamos la necesidad ni la desesperación. Ahora que nuestras carencias se han hecho evidentes, comprendemos la verdadera magnitud de nuestras necesidades y aguardamos con ansia el momento en que nos mires no con la severidad de nuestros pecados, sino con la dulzura de Tu compasión, y nos digas: “¡Venid! ¡Entrad entre Mis siervos distinguidos y compartid Mis dones y bendiciones!”.

Con el corazón lleno de esperanza, ignoramos la impureza de nuestro cuerpo y nuestra alma, y buscamos refugio en la protección de Tu misericordia. Confiamos en que, en Tu infinita bondad, nos concederás la dicha sagrada y el júbilo reservado para aquellos que, aunque alguna vez se extraviaron o faltaron al respeto a la etiqueta de Tu senda, finalmente han regresado a Ti.

Nos has prometido que no rechazarás a quienes acuden a Ti con un corazón arrepentido, y nunca hemos oído hablar de un solo caso en el que hayas rechazado a alguien. Siempre extiendes Tu invitación a quienes se vuelven a Ti, proclamando: “¡Venid a Mí!”. ¡Oh Señor! Si Tú aceptas a los que llegan a Ti en arrepentimiento, permítenos exclamar también: “¡Nosotros también hemos venido!”. Hemos venido ante Ti para presentarte nuestras quejas sobre la dureza y las dificultades del viaje de la vida, sobre la tiranía del ego y su falta de fidelidad, sobre las tentaciones del demonio y sus deseos, y sobre nuestras propias debilidades. Especialmente, venimos a confesarte nuestra lucha con nuestros propios egos rebeldes, siempre propensos al error, inclinados al pecado e irrespetuosos con Tu grandeza. Las multitudes están heridas y agotadas por los puñales envenenados del ego, que las arrastra sin descanso por caminos engañosos. Su único objetivo es el placer y la ilusión; sus aspiraciones solo conducen a la ceguera y al desvío de la senda de la verdad. Perseguidos por la fama, la gloria, el placer, la comodidad y los intereses efímeros, persisten en su incansable búsqueda de deseos pasajeros. Estas enfermedades, que consideramos mortales, han arruinado a innumerables personas de gran apariencia y a reyes gloriosos junto con sus reinos.

Si nos abandonas, será imposible para nosotros mantenernos firmes ante estos engañadores, estos enemigos implacables. Pero bajo Tu protección, no temeremos a nada. Guárdanos de las trampas de Satanás y no permitas que caigamos en la ruina. Protege nuestros corazones de la seducción del demonio y no permitas que nos convirtamos en aquellos que sucumben a sus engaños. Concédenos una nueva “resurrección”. Aquí estamos ante Ti, con la cabeza inclinada y el corazón quebrantado. Estamos de pie, avergonzados de habernos alejado de Ti, pero, aun así, estamos llenos de esperanza y confianza en Tu misericordia. Esperamos que jamás nos abandones. Con un ardor en el corazón y lágrimas en los ojos, depositamos nuestros remordimientos en Tu presencia y Te suplicamos que renueves nuestras almas, nuestros corazones y nuestra confianza. Si nos aceptas, será un testimonio de Tu gloria y Tu misericordia. Pero si nuestras súplicas son rechazadas, será para nosotros una desolación insoportable. ¡Qué afortunados seríamos si nos honraras con Tu misericordia! ¡Y qué trágico sería si nos trataras conforme a lo que realmente merecemos!

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