sábado, abril 19, 2025
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¡Pedro, soy yo, tu lengua!

Pedro, hasta ahora he hablado por ti, comunicando tus deseos, tu felicidad, tus gustos y disgustos, y expresando los sentimientos de tu corazón y tus pensamientos. Ahora, permíteme que te hable de mí. No pienses que estoy celosa de mis compañeros, los demás órganos. Por el contrario, todos trabajamos y cooperamos juntos; ayudamos a cualquier órgano que esté mal y cumplimos con nuestras funciones tal y como Dios quiere. Cada uno de nosotros tiene la forma perfecta y las cualidades adecuadas para nuestras funciones, por lo que ninguno es más o menos importante que los demás. Nada es superfluo. Solo quiero que sepas que soy tan importante como los demás y que pienses en todos nosotros con gratitud.

Algunos me verán como un simple pedazo de carne que se mueve y se dobla dentro de la boca. ¡Por supuesto que no soy algo tan simple! Con sólo observar mi color, algunos médicos pueden diagnosticar enfermedades. Por ejemplo, cuando mi color se torna blancuzco indica que hay fiebre, el color café es señal de tifoidea, una apariencia blanda nos habla de anemia o de falta de niacina (vitamina del grupo B-12).

Si te preguntas cuáles son mis funciones principales, te diré que la primera es ayudar a producir el habla, una habilidad que distingue a los seres humanos de los animales. Claro que no es una habilidad exclusivamente mía. En primer lugar, el cerebro, que coordina las funciones de todos los órganos del cuerpo, regula todos mis movimientos mientras tú hablas. Los otros órganos que me ayudan a formar sonidos para producir palabras son tus dientes, los labios, el paladar, las cuerdas vocales que hay en tu garganta y tus pulmones, que trabajan como una bomba de aire haciendo vibrar a las cuerdas vocales. Como ves, somos muchos los que trabajamos para producir el habla.

Además de la facultad del habla, mi segunda función más importante es actuar como un inspector probando y procesando las innumerables frutas y alimentos deliciosos que nos regala Dios. Así recibes información sobre el alimento (animal o vegetal) que quieres consumir. Si yo no existiera, tú podrías morir al comer una planta venenosa. Muchas sustancias venenosas tienen un sabor amargo. Yo puedo detectar ese mal sabor en el momento de contactar una sustancia y advertirte para que la escupas rápidamente. Y cuando comes cosas dulces y de buen sabor, yo te recuerdo el agradecimiento a Dios. Sin embargo, debes tener cuidado con mi inclinación a los sabores; es una prueba que Dios te ha puesto. Mi Creador ha establecido una relación entre mi gusto por el sabor y el lado oscuro de tu espíritu. También puedo contribuir a tu desarrollo espiritual. Si tu lado oscuro te aconseja comer y beber en exceso y abusas de mi sentido del gusto, eres tú quien sale perdiendo. Yo cumplo con mis funciones y detecto el sabor de todo lo que consumes; pero es tu obligación hacer uso de tu voluntad y no dejar que ese lado oscuro te incite al mal. Yo nunca te detendré, ya sea que comas una o diez piezas de “baklava”;  las saborearé una por una. ¡No me eches la culpa después!

También tengo otra función de la que mucha gente no es consciente. Mi movimiento genera una presión negativa en la cavidad de la boca. ¿Quieres saber qué es esta presión negativa? Esta presión es necesaria especialmente para que los bebés puedan succionar fácilmente la leche del pecho de sus madres. Yo les ayudo a realizar ese movimiento. Además, como todo el mundo sabe, cumplo un papel fundamental en la masticación y deglución de la comida. Yo manipulo la comida en tu boca, la suavizo y la humedezco con la saliva para que pueda tragarse fácilmente. Además, durante la deglución, muevo la comida hacia la faringe. Debo tener mucho cuidado al hacer esto ya que, al menor descuido, tus dientes me pueden morder.

Por supuesto, todo esto sólo puedo hacerlo con el poder de mi Creador, que ha diseñado mi delicada anatomía de tejidos y células. Como Él nunca crea algo absurdo o inútil, ha dado a cada órgano ciertas cualidades funcionales y estéticas. Estoy compuesta por diecisiete músculos, ocho de los cuales son pares que se extienden en todas direcciones. Entre estos músculos se encuentran la membrana lipídica y algunas glándulas salivales. Soy el órgano más flexible de tu cuerpo. Mi gran cantidad de músculos me permite moverme en muchas direcciones con facilidad. Esos músculos están cubiertos de un forro epitelial denominado membrana mucosa. Las pequeñas protuberancias en mi superficie se llaman papilas. Estas papilas son de diversos tipos y contienen receptores que te permiten percibir el sabor, y glándulas salivales que me ayudan a mantenerme húmeda constantemente. En mi parte posterior se encuentra una gran cantidad de glándulas salivales y el tejido linfoide, también conocido como amígdala. Aquí son atrapados muchos de los gérmenes que se introducen en tu boca. Las papilas se clasifican de acuerdo con la forma que tienen. Las papilas filiformes, que son largas y delgadas, no contienen receptores gustativos, sino que forman una superficie áspera que facilita el movimiento de la comida. La saliva humedece la comida mientras los dientes la trituran. Acto seguido, con la ayuda de estas papilas, yo sirvo para reducir la comida a piezas más pequeñas que sean más fáciles de deglutir. Las papilas fungiformes, con forma de hongo, se distribuyen entre las papilas filiformes. Se ubican en el centro de mi superficie superior y contienen receptores gustativos. Las papilas circunvaladas se distribuyen a lo largo de la línea en forma de “A” que conforma el límite de mi parte dorsal. Estas papilas son de tamaño mayor y son menor en número, aproximadamente trece. Cada receptor gustativo de las papilas fungiformes tiene entre 50 y 75 células receptoras con un lapso de vida de entre siete y diez días. Cuando las células mueren a causa de alimentos muy calientes o ácidos, se crean células nuevas. Sólo las sustancias disueltas en agua pueden llegar a los receptores gustativos. Por esta razón, yo no puedo percibir el sabor de una sustancia seca que entra de pronto en tu boca sino que previamente ha de ser humedecida y suavizada. El sabor es detectado por las células receptoras, la cuales hacen un análisis más cuidadoso que un laboratorio químico. Mis células receptoras transforman este estímulo químico en un estímulo eléctrico y lo envían al cerebro. Este estímulo eléctrico permite que percibas el sentido del gusto.

Existen cuatro grupos principales entre los diversos tipos de sabores. Los receptores gustativos para lo dulce se ubican próximos a mi parte frontal, los que detectan lo salado están distribuidos a lo largo de toda mi superficie; los que perciben los sabores amargos se ubican en mi parte posterior y los que degustan los sabores ácidos se hallan a mis costados.

Mi superficie dorsal se extiende desde mi punta hasta el suelo de tu boca. La membrana mucosa que cubre esta superficie es suave y no contiene papilas. Es de color morado debido a los numerosos vasos sanguíneos que contiene y que me nutren. No es correcto decir que la lengua no tiene huesos, ya que en realidad sí tengo uno. Sin embargo, este hueso está debajo de mí, lo que me permite ser muy flexible y decir lo que tú me ordenes. Gracias a mis músculos y ligamentos, estoy firmemente conectada a un hueso llamado hioides. Estoy conectada a tu mandíbula a través de ese hueso.

Al igual que cualquier otro órgano, también puedo enfermar. De hecho, muchos de mis padecimientos son indicativos de enfermedades en otros órganos o de alteraciones metabólicas. Por ejemplo, las úlceras bucales pueden manifestarse a través de mí. Algunas úlceras bucales son causadas por estrés, falta de sueño o deficiencias vitamínicas, mientras que otras pueden ser consecuencia de trastornos intestinales o ser síntomas del síndrome de Behçet. Algunas úlceras pueden durar semanas y son muy dolorosas, especialmente al comer y al hablar. Enfermedades como la sífilis y el herpes también pueden manifestarse a través de úlceras en mí. Incluso puedo ser afectada por el cáncer en personas que fuman o comen cosas muy calientes. A veces, presento síntomas de ciertos trastornos metabólicos, como el síndrome de Down, el bloqueo de los vasos linfáticos, glucogenosis y amiloidosis. En estos trastornos, mi masa muscular experimenta un crecimiento excesivo debido a la acumulación del glucógeno y amiloide.

Querido Pedro, hasta ahora, tus “órganos mudos” te han hablado en su propio lenguaje. Yo siempre hablo, pero comúnmente lo hago por ti, expresando tus pensamientos y sentimientos. Tú eres responsable de lo que yo digo, sea bueno o malo, ya que estoy bajo tu control. Sin embargo, hoy he hablado en mi propia lengua y por la gracia de nuestro Creador. Como bien sabes, soy un órgano con una gran capacidad para hacer el bien o el mal. Tienes la responsabilidad de controlarme y usarme correctamente. Nunca olvides que no soy una simple masa de músculos, epitelio y nervios; soy una herramienta que puede usarse para bien o para mal. De ahora en adelante, cuando estés comiendo una manzana, no la tragues sin masticarla bien; espera a que yo perciba su sabor. Así tendrás la oportunidad de agradecer a Dios por el alimento que te brinda. Él es Quien te da no sólo esa manzana, sino también el órgano que necesitas para saborearla: yo. ¡Otra gran maravilla de esta vida! Al agradecer a Dios, las alabanzas se multiplican.

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