sábado, octubre 5, 2024
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Creer y “sacrificar”: Una razón científica

A lo largo de la historia, la religión ha ocupado y sigue ocupando un lugar poderoso en la vida de las personas. A pesar de las dudas planteadas por filósofos y científicos, la religión ha prosperado en todas las culturas durante milenios, con más del 85 por ciento de la población mundial adhiriendo actualmente a alguna forma de creencia religiosa. Sin embargo, muchas tradiciones religiosas tienen críticos, especialmente en lo que respecta a ciertos rituales que encuentran extraños: ayunar todo el día, peregrinar largas distancias, circunvalar un edificio y, por supuesto, ofrecer sacrificios, son algunas de estas prácticas.

Eruditos islámicos han definido la adoración como la sumisión a Dios con amor y reverencia, buscando cercanía a Él cumpliendo con lo que Él ha ordenado. Pero ¿qué lugar ocupan estas prácticas religiosas, que pueden parecer extrañas para algunos, en nuestras vidas? ¿Cómo nos relacionamos, como seres humanos, con la noción de fe?

Los hallazgos de la neurociencia recientes muestran que tenemos una relación muy fundamental con la fe y, por ende, con actos de adoración. Investigadores en psicología y neurociencia de la religión están iluminando por qué y cómo persiste la creencia religiosa. Los neuroteólogos argumentan que la estructura y el funcionamiento del cerebro humano nos predisponen a tener fe en Dios. Sugieren que el sustrato biológico de Dios se encuentra en el sistema límbico, el centro emocional del cerebro. Según Rhawn Joseph, un reconocido neuroteólogo, el sistema límbico contiene “neuronas de Dios” y “neurotransmisores de Dios” (Joseph, 2001). El hipotálamo, la amígdala y el hipocampo son estructuras límbicas relacionadas con la convicción religiosa. Los neuroteólogos citan alteraciones en estas regiones en exploraciones de resonancia magnética funcional de sujetos que practican la meditación religiosa. Argumentan que, si pensar en Dios altera la función cerebral, debe haber un impulso neural inherente para creer en Dios. Un estudio publicado en 2009 demostró que los pensamientos religiosos activan la región del cerebro involucrada en la interpretación de las emociones e intenciones de los demás, conocida como “teoría de la mente” (Azar, 2010; Kapogiannis et al., 2009).

Se ha descubierto que pensar en Dios es similar a pensar en una figura de autoridad, como los padres. La diferencia está relacionada con prácticas contemplativas, como la meditación y la oración, que pueden alterar el cableado del cerebro en los practicantes regulares (Slagter et al., 2011). Cuando se monitoreó la actividad cerebral de meditadores budistas a largo plazo durante la meditación con técnicas de fMRI y EEG, se descubrió que poseían un sistema de atención más robusto y bien organizado que los meditadores novatos. Esencialmente, la meditación y otras prácticas espirituales contemplativas mejoran la atención y desactivan las regiones del cerebro responsables del enfoque en uno mismo (Davidson & Lutz, 2008).

Por primera vez en la historia, estamos obteniendo una visión de las experiencias espirituales como algo que no está separado del cuerpo humano, sino entrelazado con la materia humana, específicamente la del cerebro. En consecuencia, la materia y el espíritu ya no se ven como fuerzas opuestas, sino como interconectadas, si no idénticas (Delio, 2003).

La investigación de Hamer no busca demostrar la existencia de Dios, que se encuentra dentro del ámbito de la religión, sino demostrar que la espiritualidad es un fenómeno genuino que puede definirse y medirse. Según Hamer, la espiritualidad está arraigada en la genética, mientras que la religión se deriva de memes, el equivalente cultural de los genes: ideas, valores o patrones de comportamiento transmitidos de una generación a la siguiente a través de medios no genéticos, a menudo por imitación. Postula que la religión está influenciada por factores ambientales mientras que la espiritualidad está influenciada por la naturaleza (Goldman, 2004; Hamer, 2005).

Estas cogniciones comparten un hilo común que nos lleva a percibir el mundo como diseñado deliberadamente por alguien o algo. Los niños pequeños, por ejemplo, a menudo creen que incluso los aspectos menores del mundo natural fueron creados con un propósito. Si preguntas por qué una colección de rocas es afilada, pueden decir: “Para que los animales no se sienten y las rompan”. Cuando se les pregunta sobre la razón de la existencia de los ríos, pueden responder: “Para que podamos pescar” (Kelemen, 2004). La investigación sugiere que los adultos también tienden a buscar significado particularmente en tiempos de incertidumbre.

Los estudios neurocientíficos respaldan la noción de que el cerebro tiene una inclinación innata a creer. Esta inclinación parece estar distribuida por todo el cerebro y probablemente se origine en las vías neuronales (Kapogiannis et al., 2009). Esto se alinea con el principio islámico del “patrón original”, que se refiere a la disposición innata que Dios ha instilado en los seres humanos. “Así que permanece firme con todo tu ser en la Religión como alguien de pura fe (libre de incredulidad, politeísmo e hipocresía). Éste es el patrón original perteneciente a Dios en el cual ha originado al ser humano. Ningún cambio puede haber en la creación de Dios. Ésta es la Religión siempre verdadera y recta, pero la mayoría de la gente no lo saben” (Corán 30:30).

Las creencias espirituales también pueden contribuir a una vida más larga y saludable. Un amplio cuerpo de investigación indica que las personas religiosas tienen una vida útil más larga, son menos propensas a la depresión, tienen menos probabilidades de abusar de drogas y alcohol, e incluso es más probable que asistan a citas dentales más regularmente (Inzlicht & Tullett, 2010; 2011; McCullough & Willoughby, 2009).

La religión también desempeña un papel fundamental en fomentar sociedades cooperativas y extensas. Su presencia y relevancia en todas las culturas se deben principalmente a su función como herramienta social. Es a través de la religión que las sociedades motivan a individuos sin vínculos a tratarse con amabilidad (Norenzayan et al., 2016). Un estudio realizado en 15 sociedades diversas reveló que los seguidores de una religión mundial mostraban mayor equidad hacia desconocidos en juegos económicos en comparación con aquellos que no tenían creencias religiosas (Henrich et al., 2010).

El Corán destaca la importancia de unir la fe con las buenas acciones, identificando a los verdaderos musulmanes como “aquellos que creen y hacen actos buenos y rectos” (por ejemplo, 2:277; 4:173; 10:4, 10:9, 13:29; 19:96). Las acciones virtuosas son el principio rector del comportamiento musulmán, y el concepto de una “cultura de compartir” es esencial para el desarrollo integral en el islam. Por consiguiente, existen diversas maneras de fomentar la caridad y las donaciones entre los musulmanes. El sacrificio, también conocido como qurban, representa una forma significativa de caridad en el islam. Consiste en sacrificar (habitualmente) una oveja o una vaca en un momento específico del año, y el Corán indica que la carne debe ser consumida mientras a los pobres que (no piden y) viven satisfechos y aquellos que piden con debida humildad (Corán 22:36). Se insta a los musulmanes a reservar un tercio para sí mismos, y a donar los dos tercios restantes. A pesar de ser una práctica exigente, muchos musulmanes siguen esta enseñanza cada año.

Uno de los objetivos principales de la práctica del sacrificio en el islam es fomentar la piedad y aumentar la conciencia de Dios en los creyentes. Como afirma el Corán, lo que realmente llega a Dios no es ni carne ni sangre de los animales, sino la piedad y la conciencia de Dios de las personas que realizan el sacrificio (Corán 22:37). Esta práctica busca acercar a los creyentes a Dios y fortalecer su vínculo con Él, ya que la palabra “qurban” proviene de una palabra raíz que significa “cercanía”.

En términos generales, el islam destaca la importancia de mejorar la relación con Dios y con toda Su creación. Los versículos del Corán resaltan la relevancia de realizar buenas acciones y ser conscientes de la presencia de Dios en todos los aspectos de la vida. Este enfoque en la piedad y la conciencia espiritual puede explicar por qué existen prácticas religiosas que fomentan comportamientos prosociales, la caridad entre los musulmanes y la conexión con nuestro Creador. Así, a través de la práctica del sacrificio o qurban, cumplimos con nuestra naturaleza de ser, ya que estamos predispuestos a creer en Dios y a desarrollar una relación más estrecha con Él.

Referencias

  • Azar, B. (2010). A reason to believe. Monitor on Psychology, 41(11), 53-56.
  • Davidson, R. J., & Lutz, A. (2008). Buddha’s brain: Neuroplasticity and meditation [in the spotlight]. IEEE signal processing magazine, 25(1), 176-174.
  • Delio I. (2003). Are we wired for God? New Theology Review, 16, 31-43.
  • Goldman, M. A. (2004). The God Gene: How Faith is Hardwired Into Our Genes.
  • Hamer, D. H. (2005). The God gene: How faith is hardwired into our genes. Anchor.
  • Henrich, J., Ensminger, J., McElreath, R., Barr, A., Barrett, C., Bolyanatz, A., … & Ziker, J. (2010). Markets, religion, community size, and the evolution of fairness and punishment. Science, 327(5972), 1480-1484.
  • Inzlicht, M., & Tullett, A. M. (2010). Reflecting on God: Religious primes can reduce neurophysiological response to errors. Psychological Science, 21(8), 1184-1190.
  • Inzlicht, M., Tullett, A. M., & Good, M. (2011). Existential neuroscience: a proximate explanation of religion as flexible meaning and palliative. Religion, Brain & Behavior, 1(3), 244-251.
  • Joseph R. (2001). The limbic system and the soul: evolution and the neuroanatomy of religious experience. Zygon, 36,105-136.
  • Kapogiannis, D., Barbey, A. K., Su, M., Zamboni, G., Krueger, F., & Grafman, J. (2009). Cognitive and neural foundations of religious belief. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 106(12), 4876-4881.
  • Kelemen, D. (2004). Are children “intuitive theists”? Reasoning about purpose and design in nature. Psychological Science, 15(5), 295-301.
  • McCullough, M. E., & Willoughby, B. L. (2009). Religion, self-regulation, and self-control: Associations, explanations, and implications. Psychological Bulletin, 135(1), 69.
  • Norenzayan, A., Shariff, A. F., Gervais, W. M., Willard, A. K., McNamara, R. A., Slingerland, E., & Henrich, J. (2016). The cultural evolution of prosocial religions. Behavioral and Brain Sciences, 39, e1.
  • Slagter, H. A., Davidson, R. J., & Lutz, A. (2011). Mental training as a tool in the neuroscientific study of brain and cognitive plasticity. Frontiers in Human Neuroscience, 5, 17.
  • Ünal, Ali. (2022). El Sagrado Corán y su interpretación comentada, NJ, Tughra Books.
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