sábado, abril 27, 2024
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AMOR POR EL CONOCIMIENTO 

Por qué lo necesitamos para el crecimiento de nuestra sociedad 

Al intentar obtener amor por el conocimiento y fuerza de voluntad para pensar, es fundamental no perder de vista la realidad ni dejar de lado las experiencias pasadas. Debemos establecer una conexión con lo que percibimos como la “sensación de la realidad”, siempre bajo la atenta guía de la razón y el control de nuestra conciencia, otorgándole la misma importancia que a nuestras capacidades sensoriales de gusto, olfato y tacto. Las instituciones educativas, los centros de investigación y los eventos académicos que organizan deben respaldar y fomentar este amor por el conocimiento. Es imperativo que todos contribuyamos a esta causa. 

El camino de la moderación implica realizar todo lo necesario en términos de causas con prudencia y persistencia. Sin embargo, la moderación también se relaciona con la entrega completa a la voluntad de Dios, hasta el punto en que nada pueda interponerse entre la persona y su confianza en Él. Es fundamental observar cuidadosamente la relación causa-efecto, evitando caer en un determinismo extremo. Aunque no estoy seguro de cuánta flexibilidad en este asunto sería apropiada, considero que como máximo podríamos ser receptivos a una forma de determinismo condicional y moderado. Históricamente, ciertos círculos de creyentes han mantenido un grado variable de apertura a la causalidad y a la relación causa-efecto.

Si el determinismo causal se refiere a la idea de que, bajo las mismas circunstancias, las mismas causas generarán resultados idénticos, entonces es razonable afirmar que el determinismo condicional puede encontrar su lugar en nuestra perspectiva del mundo. La relación causa-efecto también puede ser relevante en cierta medida en el ámbito de la vida social, aunque no sea tan estricta como en el mundo físico. Esto implica considerar las posibles consecuencias futuras de nuestras acciones en la sociedad actual y la necesidad de contar con un plan que nos permita establecer una vida social e individual en armonía y orden.

En realidad, si deseamos que nuestra sociedad y nuestras instituciones perduren en el mundo del mañana, debemos iniciar la planificación desde ahora. Esto solo se puede lograr mediante un compromiso claro con la realidad y una cuidadosa evaluación de todas las alternativas y posibilidades disponibles. De lo contrario, eventos internos y externos imprevistos serán inevitables.

Es imperativo que examinemos en detalle todas las instituciones existentes en nuestra sociedad y su dinámica fundamental, teniendo en cuenta las condiciones tanto actuales como futuras. Esto abarca desde las escuelas y sus planes de estudio hasta las universidades y todos los centros de educación superior, las residencias de ancianos y orfanatos, las congregaciones en lugares de culto, los cuarteles donde sirven los soldados, las comisarías donde trabajan los policías, las oficinas gubernamentales donde laboran los funcionarios, hasta las fábricas donde los trabajadores desempeñan sus funciones. Sin una revisión exhaustiva que se base en un análisis de causa y efecto, será enormemente complicado asegurar la formación de una generación exenta de caos, así como afirmar que hemos criado individuos íntegros y garantizar la paz en la sociedad. En tales circunstancias, los lugares de culto no podrán cumplir su misión, las escuelas no alcanzarán la santidad de un lugar de culto, los cuarteles no mantendrán su reputación y las masas se verán sumidas en la indigencia. 

No podemos quedarnos pasivos, esperando sorpresas como si todo estuviera dispuesto en otro plano para ser enviado en nuestra ayuda. La cuestión clave es si participamos activamente en la vida o no. 

Existen ciertas mentalidades que representan un riesgo para el futuro de una sociedad. Cuando la gente se enfoca únicamente en el presente, como lo hacía Omar Jayyam, o rechaza la profundidad del pensamiento por temor a enloquecer, o se entrega de manera excesiva a los placeres materiales, en ese momento la sociedad pierde su propósito y se halla espiritualmente extinguida. 

La responsabilidad recae en los intelectuales y líderes administrativos de guiar a la sociedad lejos de tales desviaciones de pensamiento y degradaciones del alma, orientándola hacia metas más elevadas y esclareciendo a la población a través del conocimiento. Si no infundimos en las personas un auténtico amor por el conocimiento y la mentalidad reflexiva, y en su lugar las sumergimos en la política diaria, entonces convertiremos a la sociedad en un caldo de cultivo para conflictos constantes. Los desafíos sociales no pueden superarse mediante la represión del pensamiento o con un simple cambio en el poder político. Aun si resolvemos estos problemas en un momento dado, las circunstancias cambiantes y un mundo en constante evolución presentarán incesantemente nuevos desafíos. Enfrentar estos obstáculos en cada esquina de nuestro camino solo puede lograrse a través del amor por la verdad, el conocimiento y la comprensión. 

La existencia está en constante desarrollo; permanecer al margen de este proceso equivale a aislarse, lo cual es equiparable a chocar con las incesantes ruedas del universo. En verdad, sin comprender esta dinámica de renovación y progreso que abarca todo el universo, se vuelve imposible captar la totalidad de la existencia, comprender la misión del ser humano y llegar a la verdad de la humanidad. 

En nuestro mundo, lo que carece de vida constantemente se dirige hacia la vitalidad; la 

vida progresa hacia la conciencia y la comprensión. La alternancia entre la oscuridad y la luz sigue un ciclo perpetuo, y cada elemento se superpone a otro para construir una profundidad de conocimiento. Así es, toda la existencia y sus eventos fluyen continuamente hacia el infinito, como los ríos y arroyos que perseveran a través de obstáculos para alcanzar finalmente el mar. Mediante nuestra voluntad y conciencia, debemos igualmente fluir hacia el futuro con diligencia y esfuerzo que trasciendan nuestra capacidad y resistencia actuales. De lo contrario, mientras la creación y la vida se desarrollan y mejoran, quedaremos atrapados como si intentáramos subir una escalera mecánica en sentido contrario. Todo intento que no se ajuste a la armonía que impera en el universo está destinado al fracaso y no podrá desarrollarse, prosperar ni alcanzar la perfección.

A lo largo de un período venturoso de la historia, tanto el mundo islámico como el occidental alcanzaron notoriedad, cada uno experimentando su propio Renacimiento, y ambas proezas se basaron en la riqueza del conocimiento acumulado a lo largo de miles de años de historia humana.

Ahora, si aspiramos a revivir un desarrollo semejante, es imperativo que evaluemos la dinámica recién expuesta y la apliquemos en todos los ámbitos de nuestra sociedad.

En realidad, estos fundamentos cruciales, junto con su espíritu y significado inherentes, deben impregnar el tejido mismo de nuestra sociedad, aunque sea de manera sutil. Deberíamos asegurarnos de que nuestras tradiciones y costumbres florezcan y arraiguen en las familias, las escuelas y los lugares de culto. Ninguna esfera de la sociedad debería quedar excluida de este espíritu y significado. Las almas de los niños deben amasarse con estos valores. Comenzando desde la escuela primaria, sus almas deberían elevarse con estos principios, y con el tiempo, deben nutrirse con estos sentimientos y pensamientos, enriqueciendo gradualmente su contenido.

Si hay algo más esencial que el conocimiento en sí mismo, es la comprensión de dicho conocimiento y la grabación de esta comprensión en el alma de una sociedad. Fomentar en los jóvenes el amor por el conocimiento es tan vital para su desarrollo como el agua misma. Este amor y estos principios del conocimiento, sin duda, deben inculcarse en cada individuo de la sociedad, independientemente de su edad, desde los siete hasta los setenta años. De esta forma, cualquier fricción que pueda surgir debido a diferencias en el pensamiento y la filosofía podría resolverse mediante el diálogo y la comprensión en lugar de desembocar en conflictos y rivalidades.

Por ahora, la dimensión ética de este asunto requiere un análisis por separado, por lo que la dejaremos para futuros artículos. 

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