sábado, abril 20, 2024
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¡PEDRO, SOY YO, TU CORAZÓN!

Empecé a trabajar meses antes de tu nacimiento. Aunque he estado latiendo sin descanso todos los segundos de tu vida, no te has parado nunca a pensar en mí. Soy yo, tu corazón, el motor de tu cuerpo. Es urgente que escuches mi consejo. 

Cuando tú eras un simple embrión de diecinueve días, se inició mi creación a partir de un tipo especial de células. Al principio, tenía la forma de un tubo; después, comencé a moverme y retorcerme y, poco a poco, comenzaron a formarse mis cavidades y mis venas. Junto con las otras células del organismo, nos desarrollamos para servir como partes de un todo: nervios, piel, cartílagos, músculos, etc. Las células que me conforman están programadas de un modo muy especial. A los veintidós días, cuando alcanzaron cierto número y volumen, recibieron la orden de ponerse en marcha; sólo Dios sabe por cuánto tiempo. Cuando todas mis células se contraen para latir, lo que tú sientes es el pulso. A pesar de que funciono dentro de tu cuerpo, Pedro, tú no piensas mucho en mis latidos; pero cuando te da por correr, yo tengo que latir más de prisa, ya que tus piernas requieren de más sangre. Sólo entonces, Pedro, te das cuenta de mí; pero solo fugazmente. ¡Eres tan descuidado! 

Como si yo fuera a cumplir con mis funciones para siempre, sin cansarme nunca. Sí, ya sé, esto no es extraño en un hombre joven; pero lo peor es que ni siquiera se te ocurre pensar en cómo es que has recibido este regalo, y esto realmente me entristece. Ahora vas a la escuela secundaria y en tus clases de biología ocasionalmente se me menciona. Pedro, en realidad, la culpa no es tuya – los maestros hablan de mí como si fuera una bomba, un artefacto. Sin embargo, no serías capaz de mover ni un solo dedo si yo no hiciese circular suficiente sangre a tu cerebro. Pero hoy te lo voy a decir: no soy una simple masa de carne. Te voy a decir que debes preocuparte por mi bienestar físico y espiritual; de lo contrario, te vas a arrepentir. Soy sólo un amigo que te da un consejo. Todavía tienes la oportunidad de corregirte. 

Todas las células, los componentes de tu organismo (quizás 100 trillones) me necesitan para su nutrición, respiración, digestión, evacuación y para realizar sus propias funciones. ¿Te preguntas por qué? Pues la verdad es que todas estas necesidades son atendidas gracias a que fui creado para trabajar sin parar. Por eso empecé a funcionar ya en el estado embrionario, antes que cualquier otro órgano. Ni yo mismo sé hasta cuándo seguiré trabajando. Algunas veces, a pesar de estar saludable, llega la hora señalada y entonces termino mi labor, en respuesta a la orden divina El Ángel de la Muerte no me ordena detenerme casi nunca sin que exista alguna razón —casi siempre utiliza una causa aparente—. Existen tantas causas para que abandone mi tare, en una época en la cual abundan los accidentes, malos hábitos y suicidios.

De hecho, hasta yo mismo me maravillo de la forma en que funciono. Estoy equipado para reaccionar ante la pérdida de sangre que pueda ocurrir durante una herida o lesión; pero si el sangrado no se detiene, entonces me puede vencer la fatiga y, después de cierto tiempo, dejo de funcionar. Algunos tipos de veneno me afectan fácilmente. Esto no importa mucho; pues lo que en verdad me disgusta es tu vida desordenada, tus malos hábitos en la alimentación, tu falta de actividad, tu pereza y, especialmente, el estrés con el que vives, peleándote con todo mundo. Puedo soportarlo por un tiempo; pero, a veces, llega un momento en que no puedo más y, en tal caso, me detengo o aparento detenerme para llamar tu atención. Inmediatamente, se escuchan los gritos de pánico a tu alrededor: ¡el médico, la medicina, la adrenalina, un masaje al corazón! Todo se puede arreglar, mi amigo; pero, ¿por qué esperar a que llegue ese momento? Escúchame, Pedro, te lo voy a decir otra vez: eres tú quien me hace el mayor daño. ¡Así que no te ofendas si un día me canso y dejo de funcionar! Tú sigues con ese hábito de devorar alimentos grasosos. Mi vecino de abajo, es decir, el estómago, no deja de quejarse de lo lleno que lo tienes. Y cuando se satura, la presión llega hasta mí. ¿No has escuchado el hadiz que aconseja dejar vacío un tercio del estómago y abandonar la mesa antes de llenarse? No me preocupa la cantidad de vegetales que consumas; pero, ¿qué pasa con la comida basura y los fritos? Ten mucho cuidado; tarde o temprano pagarás las consecuencias. Por supuesto, uno tiene el derecho de disfrutar de las bendiciones de este mundo. Pero todo tiene su límite. Si sigues así, con esos malos hábitos, mis válvulas se van a atrofiar de grasa y mis arterias principales se bloquearán. En cuanto a las arterias coronarias, ten en cuenta que han sido creadas estrechas y pueden bloquearse en poco tiempo y provocar un paro cardíaco.

Te pasas el día entero sentado frente al televisor, sin moverte para nada. No me sorprendería que acabases yendo en auto a la tienda de la esquina, sólo para no caminar. Si tan siquiera hicieras un poco de ejercicio todos los días. Algunos amigos tuyos hacen sus oraciones diarias y así matan dos pájaros de un tiro. Cumplen con su deber ante el Creador y alivian sus corazones con el esfuerzo físico. Además, sus corazones son pacificados por la fe. Otro alivio nos llega cuando ayunan todo un mes, una vez al año. Estar con hambre durante una parte del día me consuela y me da la oportunidad de quemar algunas grasas. El tejido muscular que compone mi estructura principal está diseñado como una compleja esfera de fibras, así que puedo funcionar apropiadamente sin variar mucho mi forma al contraerme y relajarme. La superficie de mis paredes está cubierta por una doble capa protectora para evitar dañarme al rozar con las costillas, que forman una especie de armazón. Además, hay un líquido especial entre las dos capas de la membrana y esto disminuye aún más la fricción. ¡Vamos, Pedro! ¿Quién es capaz de diseñar tantas precauciones de manera tan perfecta? 

Como un motor de cuatro cilindros, yo también funciono como una bomba con cuatro cámaras. Las cavidades superiores se llaman aurículas. La del lado derecho toma la sangre venosa rica en residuos y la del lado izquierdo la sangre arterial rica en oxígeno. La fuerza muscular de estas cavidades es relativamente baja; pero suficiente para llevar la sangre a las arterias inferiores. Estas, llamadas ventrículos, cuentan con paredes más gruesas y músculos más fuertes. Tienen la capacidad de contraerse y bombear la sangre a alta presión. Además, la cavidad inferior izquierda tiene músculos aún más fuertes y paredes más gruesas, pues es la cavidad que me permite enviar sangre a todo el cuerpo a gran velocidad y presión. Gracias a la vena llamada aorta, puedo enviar la cantidad adecuada de sangre a cada órgano del cuerpo a la velocidad requerida. Es necesaria una sincronización milimétrica para mis cuatro cavidades se contraigan de forma sucesiva, para que las válvulas se abran en el momento exacto, y para que envíen sangre a la cavidad contigua o a las dos arterias principales. 

También el cierre de las válvulas debe darse en un tiempo preciso, para evitar que la sangre fluya de regreso. La sincronización de estas funciones se logra a través de la producción regular de electricidad por parte del canal atrio-ventricular. Si hay cualquier problema con el ritmo de mis válvulas, si no pueden cerrarse correctamente por la acumulación de grasa o la calcificación y dejan salir la sangre, es cuando se diagnostica una enfermedad. Como precaución, para evitar que la sangre refluya a gran presión a través de las válvulas entre las aurículas y los ventrículos, hay una especie de cuerdas fijas bajo ellas. Tú no eres consciente de todo esto; pero yo me mantengo funcionando aun cuando tú duermes. Naturalmente, mi ritmo puede variar, de acuerdo a la actividad que estés desempeñando. Mientras duermes, mi ritmo disminuye. Se acelera más de lo normal cuando corres o haces ejercicio, pues tengo que enviar la cantidad necesaria de sangre a todos los órganos. ¿Mi fuente de energía? El combustible que más utilizo son los ácidos grasos, el ácido lácteo y los azúcares. Además, gracias a mi especial metabolismo, nunca me agoto. Sólo hay una décima de segundo de descanso entre cada contracción y expansión. La orden debe llegar con precisión perfecta para que todos mis músculos comiencen a contraerse y expandirse simultáneamente, de modo que pueda generar un bombeo eficiente. En realidad, no estoy muy seguro de cómo funciona este ritmo en actividades diferentes. Un pequeño centro automático dentro de mí produce señales eléctricas; la acción de trastornar y reajustar el balance iónico dentro y fuera de las células para producir estas señales se lleva a cabo con reacciones que suceden en un tiempo tan corto como una milésima de segundo. A pesar de que estas células me hacen trabajar con la electricidad que producen, en realidad no soy independiente. Lo primero que determina mi funcionamiento son los nervios del cerebro. Por lo tanto, el miedo, el enojo y la tristeza que sientes afectan también a mi funcionamiento. Esta debe ser la razón por la que soy visto como el centro de las emociones. A pesar de que la ira y la tristeza tienen lugar en el cerebro, yo soy considerado como el centro emocional; pues las emociones se plasman en mí. 

Pedro, te voy a hacer una pregunta muy sencilla: ¿quién fue el ingeniero que hizo el televisor que tienes frente a ti? ¿Existen personas que escriben los artículos de las revistas que lees o que arreglan las páginas y las fotos que aparecen? Sí, ¿verdad? Entonces, ¿no es lógico afirmar que existe un Ser que nos creó a mí y a mi sistema de vasos sanguíneos y que me situó en tu caja torácica? Pues ha llegado la hora de que apagues tu televisor. 

Ahora, Pedro, mientras yo cumplo diligentemente con mi deber de mantenerte con vida, tú también debes dedicar tan sólo diez minutos para orar y agradecer a tu Señor que haya creado tu cuerpo con esta perfección. En este tiempo, tendré una oportunidad para deshacerme de la tensión que me das con todas tus prisas y tu estrés. 

En estas pocas páginas, es probable que sólo te haya informado de una centésima parte de mi maravillosa estructura y la precisión de mi funcionamiento. Ni los médicos ni yo contamos con el conocimiento necesario para dar una explicación completa. Así que, mi querido Pedro, es importante que aprendas a decir «qué bello ha sido creado», en vez de decir «qué bello es».  

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