¿Es el amor el final o solo el medio para un fin?
El amor, una palabra que carece de una definición clara en el diccionario humano, es un enigma del conocimiento y una fuerza del sentir que mantiene al ser humano en un constante estado de agitación y anhelo, sin importar lo que encuentre en el mundo natural. A través de la experiencia universal e histórica de la humanidad, se ha vuelto dolorosamente evidente que el amor no se encuentra en lo físico, en el contacto directo con nuestros sentidos. Es frustrantemente inmaterial, y las posesiones materiales han fracasado repetidamente en satisfacer la lujuria espiritual y mental que esta noción “sagrada” ha engendrado. El amor no tiene cabida en ninguna parte, excepto en lo trascendental y lo a priori. Sin embargo, dado que afecta a seres físicos, el amor también debe tener un vínculo con el mundo material. Para los seres humanos, el amor debe ser una atracción hacia una belleza de perfección que va más allá de lo físico, pero que también se manifiesta en parte a través de él. A pesar de que muchos buscadores de la verdad y la sabiduría coinciden en este punto, todavía quedan otros detalles por resolver.
¿Es el amor el fin en sí mismo o simplemente un medio para alcanzar un fin? En el Simposio de Platón, se discute el amor, o eros, por varias personas que no logran ofrecer una definición lo suficientemente completa como para satisfacer a Sócrates, el último orador. Según Platón, el amor en su forma más verdadera y elevada trasciende el amor romántico y erótico. No se reduce únicamente a la atracción sexual o al vínculo emocional en una relación humana, de ahí el término popular “amor platónico”. Posee una forma más elevada y auténtica que el afecto físico. Según las palabras de Sócrates, el amor no es conocimiento ni ignorancia, sino algo intermedio. No es pobreza ni riqueza, sino algo intermedio. Representa la carencia de algo bueno y hermoso, pero al mismo tiempo encierra la sabiduría y la pasión para alcanzarlo.
El amor humano se despierta únicamente hacia aquello que no se posee. Su objeto debe ser la belleza, ya que cuanto más bella es algo, mayor es el amor que genera. Para experimentar y practicar el amor en su forma más pura, Sócrates sostiene que debemos buscar formas superiores de belleza, aquellas que trascienden lo físico y se conectan con lo abstracto y divino. Él llama al amor, o eros, un “daimon” o un ser de naturaleza intermedia entre lo divino y lo natural. Esto implica que el amor es un mensajero entre el cielo y la tierra, un vínculo que conecta a los seres humanos con lo abstracto y espiritual, con una belleza perfecta y algo más elevado y significativo que ellos mismos y el mundo que los rodea.
Una vez comprendido esto, Sócrates explica que el objeto del amor debe pasar de la belleza al bien. El amor debe convertirse en el deseo de alcanzar el bien propio. Cuando el amor se dirige hacia la belleza perfecta, es necesario que se desplace hacia el bien supremo para ser completo y alcanzar la virtud. El amor es el anhelo de la forma verdadera y divina de la Belleza, y su fin último es la forma verdadera y divina del Bien. Ambos existen por sí mismos, de acuerdo con la percepción platónica de las formas. Sócrates deja en claro este punto al argumentar que el verdadero amor anhela la forma divina última de belleza y bien.
Una vez Sócrates ha explicado la naturaleza y el objeto del amor, procede a describir el acto de amar, o eros. El amor debe impulsar a la acción dirigida hacia el objeto de su enfoque o deseo. Sin embargo, más que poseer la belleza, el amor consiste en querer engendrar en la belleza. El amor es el deseo de dar vida o engendrar desde lo bello. Según Sócrates, experimentar y sentir la belleza ayuda al amante a dar a luz algo. En otras palabras, al estar inmerso en la belleza o en presencia de la belleza, uno da a luz aquello que es el resultado final que el amor anhela.
En su forma más básica y literal, esto implica el acto sexual con un cuerpo físicamente hermoso, dando lugar al nacimiento de un niño. Sin embargo, Sócrates sostiene que existen formas superiores de nacimiento, al igual que existen formas superiores de belleza, y el deseo de una en la otra da lugar a formas superiores de amor o eros. El objeto del amor, que es la belleza, se convierte en el medio para un fin mayor: el acto de dar a luz. Dar a luz proporciona una forma de inmortalidad, la forma más elevada de existencia, tanto para quien da a luz como para la mujer embarazada. Cada vez que la mujer embarazada se acerca a la belleza, se llena de alegría, se deleita, se disuelve y da a luz a su descendencia. De alguna manera, la belleza libera a la mujer embarazada de los dolores del parto a través de este acto divino de amor.
La descendencia puede adoptar diversas formas y valores, elevando tanto al que da a luz como al amante a un estado de inmortalidad que varía según la calidad de la descendencia, la belleza y el amor. Esto indica que cuanto mayor sea el amor y la belleza, mayor será la descendencia y más elevado será el grado de inmortalidad alcanzado. Por lo tanto, el amante debe buscar naturalmente a la amada más elevada y mejor para engendrar la descendencia más excelente y alcanzar el atributo más sublime de la inmortalidad, algo anhelado por todos los seres humanos en un mundo temporal y limitado. Una vez más, esto demuestra cómo el amor siempre busca algo más grande y superior, algo que está más allá del ámbito físico. El amor es un deseo de lo que no se posee. En última instancia, lo único que los seres humanos carecen o no pueden tener es la perfección divina del bien, algo abstracto y sobrenatural. Dado que es imposible de alcanzar en el mundo físico y natural, existe un espíritu de eros que comprende sabiamente esta belleza, pero que está limitado y arraigado en lo mundano para alcanzarla plenamente. Este eros no tiene otra ocupación más que poseer a los mortales desafortunados y ayudarles a manifestar la verdadera belleza.
Sócrates ofrece una guía sobre cómo lograrlo. Afirma que una persona debe comenzar amando la belleza que puede percibir a su alrededor y, paso a paso, aprender a reconocer niveles más elevados de belleza y ajustar su amor en consecuencia. Para ser más claro, el amante debe comenzar por sentir amor hacia las formas de belleza más simples y luego progresar gradualmente hacia un amor por las formas de belleza más elevadas.
A medida que esto ocurre, naturalmente se debe sentir desprecio por la belleza inferior y aspirar solo a la belleza superior. Por ejemplo, uno debe comenzar amando a un cuerpo físicamente hermoso en particular, luego ampliar ese amor a todos los cuerpos físicos, posteriormente dirigirse al amor por las mentes bellas, elevarse al amor por la belleza del conocimiento, avanzar hacia el amor por la sabiduría y continuar hasta alcanzar la belleza y el bien supremos. En cada escalón de esta escalera del amor, el amante debe dar a luz algo en su amado, ya sea un hijo, un descubrimiento de la verdad o una idea en la mente de alguien. En la búsqueda del amor por contemplar la belleza, uno debe ayudar a aquellos a quienes contempla, incluyéndose a sí mismo, a volverse más bellos, de modo que su amor se magnifique a medida que la belleza supere sus anteriores límites. En conclusión, Sócrates explica este proceso del amor para enfatizar que el amor en su forma total y verdadera es un deseo de la belleza y el bien supremos, que existen más allá del mundo físico. Todas las demás cosas intermedias son velos y obstáculos en el camino.
El amor es el latido del corazón ante lo que es más sublime y grande que lo que poseemos. Es un estado paradójico de necesidad y plenitud que vuelve loco al amante en su búsqueda del amado más elevado. Al igual que Maynun*, el verdadero amante enloquece mientras deambula por el desierto, conoce y anhela a su Layla* sin poder poseerla nunca. Según Platón, los seres humanos están atrapados en el desierto de lo físico y lo material, mientras anhelan lo abstracto y lo divino, incluso sabiendo que está más allá de su alcance. De ahí surge el origen del amor. Sócrates no es más que uno de los muchos amantes en la dolorosa búsqueda de la belleza y el bien más elevados y perfectos, que existen fuera del ámbito natural, en un plano superior que es divino, abstracto y espiritual. El amor es lo que nos arrastra hacia lo alto, mientras nuestros pies nos mantienen enraizados a la tierra.
* Layla y Maynun son dos figuras legendarias que se amaron el uno al otro profundamente. (Notal del editor.)