sábado, noviembre 23, 2024
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LA GLOBALIZACIÓN, EL RACISMO Y LAS IDENTIDADES

Pregunta: ¿Cómo se relaciona la globalización con diferentes culturas, el racismo y las identidades, y cuáles son las consecuencias éticas y políticas de esta relación?

Se suponía que la globalización reduciría las diferencias entre personas con valores culturales distintos, debilitaría la identidad y el sentimiento de pertenencia, y superaría los sentimientos de nacionalismo. También se supuso que, a medida que el mundo se convirtiera en una aldea, que mejoraran los medios de comunicación y transporte entre las personas y que se asentara la comprensión del pluralismo, desaparecerían las diferentes características de las sociedades. Se llegó a afirmar que la gente perdería su lealtad, interés y afición por sus religiones, tradiciones, costumbres y usos. Se habló de una ciudadanía mundial. Pero estas predicciones no se hicieron realidad. La evolución no ha sido la esperada. Las diferencias no desaparecieron, ni la humanidad se volvió más tolerante hacia ellas. Al contrario, enfermedades como el racismo, la xenofobia, el fanatismo y la alterización han aumentado. Esto se debe a que no se tuvo suficientemente en cuenta la psicología humana y social a la hora de hacer tales predicciones.

Al igual que los seres humanos reaccionan ante los microbios y bacterias nocivas que entran en su cuerpo, también reaccionan ante las ideas desconocidas, sobre todo si las perciben como una amenaza y un ataque contra sus propios valores. En el mundo contemporáneo, muchas sociedades han adoptado una actitud reaccionaria porque piensan que la globalización, la modernización y el pluralismo corromperán sus normas morales y dañarán su propio conjunto de valores, y se han aferrado más a los sentimientos comunes que las convierten en una nación. Sin duda, algunas políticas opresivas aplicadas en nombre de la modernización también aumentaron esta reacción. Ante la presión, la gente se ha vuelto más sensible y susceptible a los valores que defiende y está siempre alerta. Es un hecho que el equilibrio no puede mantenerse en los movimientos de reacción. Los extremos dan lugar a extremos. Por eso, quienes veían la globalización como una amenaza no sólo defendían sus valores nacionales y religiosos, sino que la llevaban al chovinismo, el racismo y la xenofobia.

No hay que olvidar que no es posible alcanzar un resultado con pasos dados sin tener en cuenta la estructura natural del ser humano, sus necesidades materiales y espirituales, sus sentimientos y emociones, y los valores a los que está apegado. Si se quiere presentar algo nuevo a la humanidad, hay que hacerlo en el marco del respeto a los valores humanos. No se puede explicar nada a nadie faltando al respeto a creencias, ideas, filosofías, sentimientos nacionales y religiosos. Al hacerlo, sólo provocarás que no se respete lo que presentas. Sobre todo, si te consideras superior a los demás, los menosprecias y los ves como personas a las que hay que poner a raya, atraerás rencores y odios. En la era moderna, en la que el mundo se ha convertido en una aldea, si quieres que la pertenencia y las identidades sean una fuente de enriquecimiento y no una causa de conflicto, tienes que aceptar a cada uno en su posición.

El Mensajero de Dios (la paz y las bendiciones de Dios sean con él), nacido en la sociedad árabe, pero portador de un mensaje universal, nos brindó un ejemplo en este asunto como en tantos otros. Por esta razón, el islam fue aceptado en poco tiempo tanto por las tribus árabes como por diferentes razas y culturas. El mensaje del Profeta llegó primero a las masas entre su propia tribu, luego a otras tribus con las que había rivalidad o incluso guerra, y finalmente a las dos superpotencias de la época: Bizancio y los sasánidas. Es cierto que el Mensajero de Dios utilizó el sentimiento de nacionalismo de forma muy equilibrada. Enfatizó un nacionalismo positivo que respetaba los sentimientos nacionales de las diferentes tribus y pueblos, en contraposición a un nacionalismo negativo que excluía a los demás. Aunque negó que el linaje, el apellido o la raza fuesen motivos de superioridad, no los ignoró por completo. Utilizó tales características y los sentimientos basados en ellas como un “invernadero protector” de la religión y la sociedad que estableció.

Durante siglos, el islam ha reunido a muchas naciones bajo un mismo techo, sirviendo como una identidad superior. Los sentimientos y pensamientos religiosos han modificado ideas como el tribalismo, el racismo y el nacionalismo, actuando como un elixir contra las corrientes que dividen y fragmentan a los pueblos. Han desempeñado un papel unificador. Sin embargo, la situación actual ha cambiado. Hay mucha gente que no tolera ni siquiera oír el nombre de la religión y se muestra extremadamente intolerante con los valores religiosos. Si se aspira a ser un unificador en la actualidad, es necesario tener en cuenta los sentimientos de estas personas.

Como musulmanes, creemos que la religión puede actuar como un poderoso antídoto para prevenir los conflictos y las disputas, y que tiene el potencial de unificar a toda la humanidad. Si el poder de la religión se utiliza correctamente, problemas como el racismo, el radicalismo, la violencia, la anarquía y el terrorismo pueden ser modificados, mitigados o incluso resueltos de forma radical. La larga experiencia histórica de los musulmanes a lo largo de los siglos es un testimonio de ello.

Sin embargo, es fundamental que los representantes de la religión la transmitan de forma correcta y la presenten a la humanidad con el estilo adecuado. En el mundo actual, si no se tiene en cuenta el método y el estilo, la religión puede incluso tener un efecto contrario al que se pretende. Si los creyentes no prestan atención a las palabras, los conceptos, el método y el lenguaje que utilizan, pueden provocar que algunas personas se radicalicen. En este sentido, es crucial utilizar un estilo que no provoque reacciones y explicar el mensaje a través de valores que sean aceptados por todos.

En la actualidad, existen diversos movimientos y facciones políticas o no políticas en casi todos los países del mundo que representan valores nacionales y religiosos. Si se desea vivir en paz y tranquilidad en un mundo sin luchas ni conflictos, es necesario que cada uno actúe de forma equilibrada al representar y expresar sus propios pensamientos. Cada persona puede amar a su propia nación y vivir con ese amor, pero lo importante es no sentirse superior a los demás ni definirse en términos de hostilidad hacia ellos. Esto implica respetar los sentimientos, emociones y pensamientos de todos, y aceptar su identidad y pertenencia. Asimismo, estas facciones y movimientos no deben codiciar el territorio o la tierra de nadie, y deben mantenerse alejados de pretensiones como la dominación de una raza sobre el mundo. Si no se actúa de forma equilibrada y sabia, la humanidad corre el riesgo de destruir su propio mundo con sus propias manos. Los países que hoy se han convertido en baños de sangre son los mayores ejemplos de ello.

Aquellos que se desvían del camino de la sensatez y el equilibrio en este tema crucial, que no actúan con cautela y provocan a diferentes sociedades y estados, pueden desencadenar temblores y desintegración a nivel local o incluso mundial. Sus acciones pueden dar lugar a sediciones, como el terrorismo, la anarquía, el conflicto y la guerra. Una vez que estos desastres se desatan, ni siquiera el poder y la fuerza pueden contenerlos. Porque una vez que comienza una guerra, no se limita a un solo lugar y es imposible predecir dónde terminará. A menos que la diplomacia se base en reglas y principios sólidos que tengan en cuenta las condiciones actuales del mundo y la psicología social, no será posible detener el derramamiento de sangre.

En realidad, hay mucho más que decir sobre estas cuestiones. Sin embargo, como dijo Julio Verne al final de su novela Veinte mil leguas de viaje submarino, la humanidad aún no está preparada para un viaje tan profundo. Los intelectuales, o aquellos que pretenden serlo, aún no están preparados para escuchar y comprender ciertas verdades. En este sentido, es prudente dejar que el tiempo actúe sobre algunos asuntos. De lo contrario, al intentar forzar las cosas, se pueden provocar nuevas reacciones y desencadenar nuevas sediciones. Si queremos ofrecer soluciones a los problemas del siglo en que vivimos, nuestro deber es alcanzar una coherencia interna que nos permita asumir nuestra época como personas de nuestro tiempo. Debemos alcanzar una posición que nos permita expresar algo significativo a la humanidad y elevarnos a un nivel en el que se nos pueda mirar a los ojos con respeto.

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