Considera este escenario:
Un paciente musulmán de 60 años con diabetes acude a su cita médica con la intención de ajustar su dosis habitual de insulina para el mes entrante. “No consumiré alimentos ni bebidas durante las horas de luz solar durante los próximos treinta días”, explica.
El médico, aunque reacio, admite que tal cambio es posible, pero no sin antes indagar sobre la necesidad del mismo, especialmente durante un periodo tan extenso. “Lo ideal sería mantener la dosis actual”, argumenta el doctor, adoptando un tono autoritario propio de estas situaciones. “Sus niveles de azúcar en sangre están bajo control. Quizás podríamos considerar un ayuno intermitente, un día sí y otro no».
El médico, con la mejor de las intenciones, confía en que unas pocas afirmaciones más bastarán para disuadir al paciente de realizar cambios drásticos en su régimen de insulina. Sin embargo, para su sorpresa, el paciente rechaza cortésmente la propuesta, afirmando su deseo de cumplir con el ayuno del Ramadán de la mejor manera posible. Asegura que, si surgiera alguna razón médica de peso durante el mes, reconsideraría la sugerencia del doctor [1].
Como médico en ejercicio, puedo afirmar que este tipo de escenario no es nada infrecuente en los meses previos al Ramadán. Mis colegas no musulmanes suelen mostrarse perplejos tras estos encuentros con sus pacientes, preguntándose por qué los musulmanes se muestran tan inflexibles a la hora de observar el ayuno del Ramadán, una práctica que les obliga a abstenerse de cualquier alimento y bebida desde el amanecer hasta el atardecer, un periodo que puede superar las doce horas en la mayoría de los países.
Sinceramente, incluso como médico musulmán, me ha resultado difícil responder a esta pregunta de un modo que realmente abarque las razones espirituales y emocionales que motivan a tantos musulmanes a no contemplar la posibilidad de no ayunar durante el Ramadán. Esto incluye incluso a aquellos que pueden tener dificultades para cumplir con la obligación básica de realizar las cinco oraciones diarias.
La promesa de Dios es clara: cuando buscamos sinceramente, Él nos revela la respuesta, a menudo de una forma tan evidente que nos preguntamos cómo no la habíamos visto antes. El secreto de la devoción colectiva de los musulmanes por el Ramadán impregna innumerables versículos del Corán, constituye el fundamento de los hadices (tradiciones del profeta Muhammad, la paz sea con él) más citados y es el tema central de muchas obras de los grandes eruditos del islam.
Esta devoción colectiva está ligada a los sentimientos de paz y tranquilidad que tantos musulmanes experimentan durante el Ramadán. Estos sentimientos nacen de una fuente que parece esquiva fuera de este mes, y se convierten en la razón por la que los musulmanes de todo el mundo se resisten a saltarse ni un solo ayuno.
Sin siquiera ser conscientes de ello, los musulmanes comienzan a aprovechar esta fuente secreta de paz en cuanto se divisa la luna del Ramadán. Llenos de una renovada energía y motivación, las familias se purifican a través de la ablución, reúnen a jóvenes y mayores y se dirigen a la mezquita, listos para participar en la primera oración del tarawih (oración exclusiva durante las noches del mes de Ramadán) con la comunidad. De repente, las excusas de la noche anterior, cuando rezar en la mezquita después de la medianoche parecía imposible, se desvanecen por completo.
Y, lo que es más, todo esto a pesar de ser plenamente conscientes de que en tan solo unas horas, habrá que consumir la comida de la mañana mientras aún está oscuro como boca de lobo en el exterior. Los que, como yo, no estamos acostumbrados a comer nada hasta media mañana, simplemente ignoramos las inclinaciones, por lo demás sólidas como una roca, y nos sentamos a tomar la única comida hasta la noche.
Sea cual sea el horario del día, los musulmanes se esfuerzan al máximo por realizar las oraciones diarias obligatorias a un nivel más alto que fuera del Ramadán. Esto se refleja tanto en la calidad de las oraciones como en la meticulosa atención a sus tiempos prescritos. Sin comidas que preparar o compartir, su atención se desvía automáticamente hacia otras actividades para llenar las horas, gravitando hacia conferencias eruditas recomendadas por familiares o amigos. Las palabras del erudito inspiran a su vez la recitación y la reflexión del Corán, sustituyendo a la navegación sin sentido por Internet o al consumo de noticias.
A pesar de la falta de sueño, comida y bebida, los musulmanes de todo el mundo experimentan una sensación de plenitud que comienza a producirse y que es difícil de explicar. Esta sensación se sitúa en el centro del pecho, por encima de las necesidades físicas, y es mucho más saciante que la satisfacción de los deseos carnales. Esta tranquilidad adictiva del corazón se siente tan profundamente en el mes de Ramadán que los creyentes que ayunan renuncian con gusto a las comodidades de un horario constante, un sueño sin interrupciones y la gratificación instantánea de los impulsos corporales, a cambio del tesoro más codiciado de la humanidad: la paz interior, que ninguna cantidad de dinero puede comprar.
¿Cuál es entonces la clave de este tesoro de tranquilidad y por qué sólo es accesible en el mes de Ramadán?
Para aquellos con corazones receptivos, la respuesta es simple. La clave reside en el rechazo de las inclinaciones del yo carnal, luchando contra los deseos mundanos de sueño y hambre, y elevando el umbral de incomodidad al realizar actos de adoración que complacen a Dios. En este esfuerzo, los musulmanes descubren la única moneda con la que se puede comprar la tranquilidad: la obediencia completa al mandato de Dios, buscando Su complacencia. Dios dice en el Corán:
“¡Oh vosotros que creéis! Compareced en total sumisión ante Dios, todos vosotros, (sin permitir ninguna discordia entre vosotros por razones mundanas) y no sigáis los pasos de Satanás, ya que él es evidentemente un enemigo manifiesto para vosotros (buscando seduciros para que os rebeléis contra Dios con brillantes promesas)” (2:208)
Los eruditos de la exegesis coránica han interpretado este versículo en el sentido de que la sumisión exigida a los musulmanes, como siervos de Dios, es completa. Esta sumisión no depende de la razón, la lógica, la conveniencia o las preferencias del ego, todas ellas posibles artimañas de Satanás. En el mes de Ramadán, cuando se deja de lado la lógica aparente de trasnochar, se ignoran las preferencias horarias para comer y se desafían las razones para posponer las oraciones obligatorias por un horario de trabajo, todo por la complacencia de Dios, se concede al creyente la llave del tesoro que todo ser humano anhela: la tranquilidad interior.
¿Significa esto entonces que el secreto de la tranquilidad reside en la sumisión del intelecto humano, en la conquista de nuestra capacidad de razonar y en la derrota de nuestros instintos naturales de reflexionar sobre la sabiduría en los mandatos de Dios?
En absoluto. El Dios infinitamente Misericordioso no otorgaría a la humanidad lo que la diferencia de los animales, el intelecto, para luego recompensarla por reprimir sus inclinaciones naturales a pensar, cuestionar y reflexionar. De hecho, el Corán afirma:
“Ninguna persona va a creer si no es con la venia de Dios. Dios ubicará a aquellos que no usan su razón en un fango de impureza” (10:100).
Utilizar el intelecto es, por lo tanto, una orden del único Creador. Es un medio para fortalecer nuestra fe al comprender los numerosos beneficios que nos aportan los actos de culto. Por ejemplo, la comunidad científica solo ha comenzado a explorar los beneficios del ayuno para la salud, beneficios que no se habrían descubierto sin utilizar el intelecto otorgado por Dios, y que sin duda profundizan nuestro compromiso de ayunar con regularidad.
Esto se debe a la Misericordia del Creador, que no ha impuesto Sus leyes a la humanidad, sino que ha iluminado el camino hacia la fe a través del intelecto. Sin embargo, el creyente debe reconocer que el propio intelecto es una creación de Dios y nunca podrá superar la sabiduría perfecta del Creador mismo. Con este marco, el creyente escapa al predicamento de la fe condicional, presente cuando el intelecto concuerda con la revelación, y ausente cuando se produce un choque.
Esta es precisamente la posición en la que se encuentran los musulmanes que ayunan durante el mes de Ramadán. Se les ordena adoptar un nuevo horario diario, muy diferente al que satisface sus propias preferencias y lógica. Es aquí, en los límites de la razón, donde los musulmanes eligen la Revelación Divina por encima de su propio intelecto. En lugar de cuestionar el horario de las comidas del Ramadán, argumentar la inconveniencia de las oraciones nocturnas o razonar para no realizar las oraciones obligatorias mientras soportan el hambre, la sed y la falta de sueño, toman la decisión de someterse, de todo corazón, a la Voluntad de Dios.
A cambio de renunciar a la necesidad de satisfacer el intelecto a expensas de la sabiduría ilimitada de la revelación, Dios entrega a los musulmanes que ayunan la llave de la tranquilidad incondicional, la paz y el contento del corazón.
La verdadera pregunta entonces es: ¿quién de nosotros soltará esta llave cuando termine el mes de Ramadán y quién la guardará más allá de los treinta días, esforzándose por vivir a la altura del título de “musulmán”, aquel que se rinde a Dios?
La elección está abierta a todos nosotros.
Nota
- Este escenario no incluye a los pacientes con diabetes incontrolada o complicada a los que un médico desaconseja ayunar por verdaderas razones médicas. Según el Corán y la práctica del Profeta, estas personas están exentas de ayunar, ya que Dios solo quiere para nosotros facilidad, no penurias.