El bienestar de nuestra anatomía espiritual
Desde el momento en que venimos al mundo, nos encontramos equipados con cuerpos físicos que nos acompañan durante toda nuestra vida Se nos ha confiado la responsabilidad de cuidar de estos cuerpos y es crucial comprender cómo preservar esa confianza, así como las consecuencias que conlleva tanto en este mundo como en el más allá si la traicionamos. Un aspecto vital de este velar por nuestro bienestar físico y espiritual.
La conexión entre la anatomía física y la anatomía espiritual de una persona es estrecha e interdependiente. Cualquier defecto, enfermedad o malestar en una de ellas tiene un impacto en la otra. En una célebre cita, el Profeta Muhammad, que la paz sea con él, resalta esta interacción al enfocarse en el corazón como el centro tanto de nuestra constitución física como espiritual.: “Cuidado, en el cuerpo hay un trozo de carne; si está sano, todo el cuerpo está sano y si está corrompido, todo el cuerpo está corrompido. Es el corazón”. (Bujari, Iman, 39; Muslim, Musaqat, 107).
La palabra «corazón» abarca dos significados distintos. Por un lado, se refiere a la parte vital del cuerpo humano que se encuentra en la parte izquierda del pecho y tiene una forma similar a una piña. En términos de su estructura y tejido, el corazón difiere de todas las demás partes del cuerpo. Consta de dos aurículas y dos ventrículos, es el origen de todas las arterias y venas, se contrae y expande por sí mismo, funciona como un motor y, como una bomba de succión, impulsa la sangre a través del sistema circulatorio.
En la terminología sufí, el término «corazón» se refiere al aspecto espiritual del corazón biológico, ya que es el centro de todas las emociones y facultades, tanto intelectuales como espirituales. En él residen la percepción, la conciencia, la sensación, el razonamiento y la fuerza de voluntad. Los sufíes lo denominan la «verdad humana», mientras que los filósofos lo llaman el «yo parlante». La verdadera naturaleza de un individuo se encuentra en el corazón, y a través de este aspecto intelectual y espiritual de la existencia, somos capaces de conocer, percibir y comprender. El espíritu representa la esencia y la dimensión interna de esta facultad, mientras que el espíritu biológico o el alma actúa como su montura. [1]
Estas dos dimensiones presentan similitudes entre sí. Podemos afirmar que ambas poseen un sistema inmunitario. Las experiencias que vivimos y la manera en que cuidamos tanto a nuestros seres físicos como espirituales dan influyen en nuestra salud o enfermedad.
LA APOPTOSIS
Estamos provistos de un mecanismo exquisitamente equilibrado para proteger nuestro cuerpo físico. Nuestro sistema inmunológico trabaja con su vasto ejército para prevenir enfermedades, eliminando de manera inmediata las células dañadas y controlando los defectos con elegantes mecanismos. Uno de estos mecanismos notables es la apoptosis, la cual implica la destrucción programada de células que representan una amenaza o pueden serlo para nuestro organismo. Por ejemplo, las células infectadas por virus y el ADN dañado son eliminados a través de la apoptosis, ya que mutaciones en el ADN celular pueden dar lugar al desarrollo de cáncer, por lo que es crucial destruir esas células dañadas [2].
La apoptosis desempeña un papel fundamental en diversos acontecimientos patológicos y fisiológicos. La formación y destrucción celular son especialmente importantes en estos acontecimientos fisiológicos. En tejidos donde la formación y destrucción celular ocurren rápidamente, como la piel, el epitelio intestinal, la sangre y el hígado, las células envejecidas son eliminadas mediante la apoptosis para dejar espacio a células nuevas. Se ha demostrado que alteraciones en el equilibrio de la apoptosis están implicadas en ciertas enfermedades cardíacas, enfermedades autoinmunes como la diabetes y enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer [3, 4].
Gracias a este mecanismo, las personas pueden llevar una vida sana y equilibrada. Cualquier alteración en este equilibrio puede dar lugar a enfermedades y cáncer debido a la proliferación de ADN dañado. A medida que aumenta la carga de células disfuncionales y la tasa de daño en nuestras células, la salud de nuestro cuerpo físico disminuye.
El bienestar de nuestra dimensión espiritual es similar al bienestar de nuestro cuerpo físico. Nuestra dimensión espiritual puede perder equilibrio y deteriorarse debido a los pecados y a la indolencia.
Nuestra naturaleza innata se ha creado para que podamos conocer, acercarnos y amar a nuestro Señor. Para que nuestro sistema inmunológico espiritual funcione adecuadamente, debemos vivir de acuerdo con esta disposición. Al cuidar nuestra alma y nuestro corazón, nuestro sistema inmunológico espiritual se fortalecerá y estará preparado para enfrentar cualquier amenaza externa. Sin embargo, si permitimos que nuestro corazón sea alcanzado por las flechas del pecado, si no nos alejamos de ambientes riesgosos o si no tomamos las medidas adecuadas contra enfermedades espirituales, estaremos abriendo camino para la deformación de nuestro corazón y nuestra vida espiritual. Aquellos que sufren de tal deformación pueden ser reformados o restaurados a su disposición original a través de la búsqueda del perdón de Dios. Cada pecado aleja al pecador de Dios y lo acerca a la incredulidad. Solo al pedir perdón a Dios podemos liberarnos de los pecados y eliminar las manchas que dejan tras de sí (Tirmizi, Tafsir al-Surah (83), 1).
Si podemos manejar adecuadamente este mecanismo de buscar el perdón de Dios, nuestro Señor nos limpiará con Su gracia infinita, asegurando que mantengamos una vida espiritual saludable. «La oración y la confianza en Dios fortalecen enormemente nuestra inclinación hacia el bien, y el arrepentimiento y la búsqueda del perdón de Dios derrotan nuestra inclinación hacia el mal y rompen sus transgresiones» [5], escribió Bediuzzaman Said Nursi. Buscar el perdón de Dios nos brinda la oportunidad de limpiar nuestra alma, de sanar y de obtener una protección, al igual que la apoptosis lo hace por nuestro cuerpo. Incluso Nursi señala que las capacidades para cometer malas acciones pueden ser reemplazadas por las capacidades para cometer buenas acciones a través del proceso de buscar el perdón de Dios [6].
Es importante destacar que, aunque todo ser humano está dotado de la capacidad de conocer a Dios en su disposición original y en su conciencia, también está dotado de tendencias que pueden ser utilizadas para el bien o para el mal, de manera que alcanza la perfección a través de pruebas y tribulaciones. En este contexto, los mandamientos y prohibiciones divinos sirven para dotar al ser humano de una «segunda disposición». En consecuencia, una persona puede canalizar hacia el bien esas tendencias de su disposición al cumplir los mandamientos de Dios.
Los mecanismos para buscar el perdón de Dios y la apoptosis son favores divinos que se nos otorgan generosamente para asegurar nuestra salud espiritual y física. Cuanto más busquemos el perdón de Dios, más saludables encontraremos nuestros espíritus y, tal vez, nuestros cuerpos. Deberíamos aspirar a prosperar tanto en este mundo como en el próximo como médicos que, aprovechando tanto los avances científicos como los religiosos, puedan guiar a nuestros pacientes hacia la verdadera curación. Así, mereceremos ser reconocidos como «aquellos médicos que pueden diagnosticar sus propias enfermedades» [7].
NOTAS
1. M. Fethullah Gülen, Las Colinas Esmeralda del Corazón, vol. 1, www.fgulen.com/es
2. S. Nagata. Apoptosis by death factor. Cell, 1997, 88:355-365.
3. J. Estaquier et al. Programmed cell death and AIDS; significance of T-cell apoptosis in pathogenic and nonpathogenic primate lentiviral infections. Immunology, 1994, 91:9431-9435.
4. D. McPhie et al. DNA synthesis and neuronal apoptosis caused by familial Alzheimer disease mutants of the amyloid precursor protein are mediated by the p21 activated kinase PAK3. The Journal of Neuroscience, 2003, 23 (17): 6914-6927.
5. Bediuzzaman Said Nursi, Sözler (Palabras), Estambul: Şahdamar Yayınları, 2010, pág. 509.
6. Ibíd. pág. 342.
7. Bediuzzaman Said Nursi, Barla Lahikası, Estambul: Şahdamar Yayınları, 2010, pág. 61.