PREGUNTA: ¿Cómo deben abordar los creyentes el “pluralismo”?
El concepto de “pluralismo” se destaca más en los tiempos modernos que en cualquier otro momento de la historia. No obstante, existía en el pasado, tal vez no como una palabra, sino como una realidad en la existencia social, especialmente en los primeros días del islam. Los creyentes de aquel entonces acogían con beneplácito las diversas perspectivas, ideas y sentimientos, y se aproximaban a los demás con comprensión.
Es importante señalar que no es posible alcanzar un consenso absoluto en ninguna sociedad. Incluso entre los compañeros del Profeta, ese selecto grupo a los ojos de Dios, no se logró. Muchos de estos compañeros pensaban de manera diferente sobre diversos asuntos; cada uno tenía su propia forma de hacer las cosas. Observa las vidas de Umar y Abu Dharr, o de Abu Bakr y Bilal: eran muy distintas entre sí, aunque todos ellos se nutrían de la misma dulce fuente de agua.
En generaciones posteriores, los sistemas de pensamiento y los estilos de vida musulmanes se edificaron principalmente sobre los fundamentos de las Escrituras, la tradición profética (sunnah), el consenso de los eruditos (iyma) y el principio de analogía (qiyas). Además, se consideraron dinámicas secundarias como la costumbre, el beneficio social y la discreción jurídica (istihsan). A pesar de que los creyentes moldearon sus vidas basándose en estas fuentes esenciales de conocimiento, continuaron desarrollando soluciones diversas para abordar los desafíos que se les presentaban.
Los eruditos pioneros del islam, como el Imam Malik, el Imam Shafii y Ahmad ibn Hanbal, a menudo proporcionaban dictámenes significativamente distintos, a pesar de haber sido maestros y alumnos entre ellos. Los alumnos del Imam Abu Hanifa, como el Imam Muhammad y el Imam Abu Yusuf, ofrecían sentencias que contrastaban en muchos aspectos con las de su maestro. Esta variación es principalmente una manifestación de la diversidad humana, ya que cada individuo aborda, entiende e interpreta los eventos de manera única. A pesar de las notables diferencias entre estos destacados juristas, quienes centraron sus vidas en las Escrituras y la práctica profética, los creyentes han visto estas diferencias como un signo de la Misericordia Divina. Esto les ha animado a acogerlas con respeto, preservando así la integridad de sus comunidades.
Desarrollar una cultura de la convivencia
Es altamente gratificante esforzarse por convivir con los demás en paz y armonía, a pesar de las marcadas diferencias en estilos de vida y creencias, equiparándolo a la importancia de la adoración. Nuestra tendencia natural es a menudo tener una reacción negativa ante lo que nos resulta diferente. Superar esos sentimientos negativos implica un esfuerzo significativo y una fuerte fuerza de voluntad. La tradición profética instruye a los creyentes a vivir como una comunidad en lugar de forma aislada.
La construcción de la integridad y la coexistencia armoniosa en una sociedad pluralista se logra cuando los miembros de la comunidad aprenden a aceptarse mutuamente tal como son y a abordar las diferencias con comprensión. Aproximarse a los demás con esta perspectiva pluralista es, sin duda, una manifestación de la Misericordia Divina. En contraste, la tiranía, o una forma de despotismo que gobierna mediante presión y opresión, imponiendo un único estilo de vida a la población, amenaza los derechos y libertades fundamentales, sin duda aplasta el potencial humano y aísla a las personas del resto del mundo.
Los creyentes deben interactuar con diversas culturas y naciones para evitar el aislamiento y el estancamiento. Por un lado, deben compartir sus propios valores; por otro, deben aprender y beneficiarse de los demás.
No obstante, a pesar de compartir creencias y antecedentes culturales, el conflicto existe entre las comunidades. Dado este hecho, el conflicto es más probable entre comunidades con menos puntos en común. Para establecer una sociedad íntegra, es esencial adoptar primero la cultura de coexistencia pacífica en nuestras vidas y luego buscar oportunidades para practicarla. Principios como reconocer nuestra humanidad compartida, unirnos en torno a puntos en los que todos estamos de acuerdo, explorar posibilidades para tender puentes entre grupos y aceptar a las personas en sus propias perspectivas son esenciales para construir una sociedad pluralista.
Algunos creyentes temen que el pluralismo comprometa ciertos valores religiosos. Por lo tanto, dudan en comprometerse con él y, en algunos casos, desarrollan sentimientos adversos hacia el “otro”. Estos creyentes deben comprender que declarar la guerra a miembros de otras culturas y tradiciones religiosas no conducirá a nada. La comunicación entre creyentes y otros debe basarse en el reconocimiento del valor intrínseco de cada individuo, tal como Dios valora a la humanidad.
Ver las diferencias como una riqueza
Reconocer las diferencias como una realidad y construir una sociedad pluralista basada en esta premisa no implica que debamos abstenernos de expresar nuestra oposición ante ciertas acciones y pensamientos. Vivir con personas que tienen distintas cosmovisiones no significa que debamos estar de acuerdo con todos sus pensamientos, y viceversa. Lo crucial es que los desacuerdos y las oposiciones no desemboquen en confrontaciones destructivas. Para preservar la integridad y la armonía de la sociedad, a veces es necesario dejar de lado ciertos puntos de desacuerdo y resaltar aquellos en los que coincidimos.
Cada ser humano merece respeto simplemente por ser humano, y las diferencias son una parte inherente de la condición humana. Actuar con realismo y sensatez en un mundo globalizado no implica renunciar a nuestros valores. Los creyentes deben tener la libertad de practicar su fe sin vacilación, pero también deben evitar imponer sus valores a los demás. Aprender a convivir, aceptando nuestras diferencias como un componente enriquecedor de nuestra sociedad, es fundamental.
El encuentro con personas de otras tradiciones a menudo fortalece las relaciones. Por encima de nuestras expectativas, las personas tienden a demostrar respeto al momento de realizar y al solicitar permiso para dirigirse a un lugar tranquilo. Las relaciones entre creyentes y no creyentes se fortalecen cuando se practica la fe de manera confiada y transparente, evitando cualquier acto de provocación, aspereza y radicalismo.
Algunos creyentes se oponen al pluralismo, ya que asumen que implica aceptar toda clase de perversidad e inmoralidad extrema. De hecho, hay quienes consideran que es su derecho democrático vivir de la manera que elijan, sin someterse a ninguna norma moral. Lo que los creyentes consideran correcto y aprueban es evidente. No obstante, a menos que se vulneren nuestros derechos o los derechos de los demás y del público en general, nuestra desaprobación de algo no nos obliga a declarar la guerra a aquellos que viven sin adherirse a ninguna norma moral. El profeta Muhammad, la paz sea con él, convivió durante mucho tiempo con los paganos de La Meca, los hipócritas en Medina y las tribus judías, y nos enseñó cómo coexistir con las diferencias en una misma comunidad.
¿Implica esto que no debemos hacer nada en contra de lo que consideramos incorrecto?
Lo que queremos señalar aquí no es que debamos quedarnos en silencio y no tomar ninguna medida. En primer lugar, los creyentes deben ser modelos a seguir, y luego expresar sus inquietudes según las circunstancias. Animar a las personas a hacer lo correcto y advertirles sobre lo incorrecto es una responsabilidad crucial de los creyentes, siempre teniendo en cuenta los sentimientos de los demás y evitando provocar reacciones negativas. Un comportamiento innecesariamente grosero o brusco al oponernos a lo que consideramos incorrecto podría obstaculizar otras acciones beneficiosas que podrían restaurar nuestra sociedad en el futuro.
Es indiscutible que existe una antipatía hacia los musulmanes en el mundo occidental. De manera recíproca, algunos musulmanes albergan sentimientos de animadversión hacia Occidente. Ambos fenómenos son perjudiciales para fomentar una cultura de coexistencia pacífica. No obstante, los musulmanes deben reflexionar sobre sí mismos antes de señalar a los demás, porque, en primer lugar, el fracaso de los musulmanes radica en no haber hecho lo suficiente para que otros puedan comprender el verdadero islam.